viernes, 19 de febrero de 2021

La calle Muñices: un colegio, un cristo y un asesinato por celos


Imagen 1. Vista de la calle Muñices.


   La de Muñices es una de esas calles que persisten en Córdoba manteniendo su denominación desde hace al menos un par de siglos. Enclavada en el barrio de la Magdalena, entre la plaza del mismo nombre y la del Realejo,  anteriormente se la había conocido como calle de la Puerta Quemada en 1435 y calle de la Puerta Mayor de la Magdalena en 1490. Más tarde, en 1811, aparece con el nombre de Muñiz en el plano de Karvinski o de los franceses, pasando a llamarse como en la actualidad en el plano de 1851 de Ricardo de Montis.

Imagen 2. Puerta de entrada al Palacio.
   Aproximadamente hacia la mitad de la calle, en el número 12, nos encontramos una de las casas solariegas más grandes de Córdoba. Curiosamente, y aunque su fachada ocupa unos 80 metros de longitud, la mitad de la línea de fachada que va desde la plaza de la Magdalena hasta la calle Diego Méndez, no hay en ella ninguna placa que nos indique su origen; no es el único caso, ya que esto mismo ocurre con otros edificios históricos de nuestra ciudad. Se trata del conocido como Palacio de los Muñices, propiedad de la familia Muñiz de Godoy, y que acabó dando nombre a la calle en la que se encuentra. En el siglo XVI pasó a ser propiedad de los Díaz de Morales a través de un matrimonio entre miembros de ambas familias, y en sus manos permaneció hasta 1965 en que fue vendida a Pedro Lozano. Desde 1930 había estado funcionando como casa de vecinos, pero en 1982 fue expropiada por la Junta de Andalucía.

   A partir de ahí, y tras las obras de adecuación necesarias, el palacio pasó a convertirse en la sede del C.E.I.P. San Lorenzo. Alumnos y profesores se trasladaron desde el antiguo colegio situado en la calle Arroyo de San Lorenzo hasta el remodelado e impresinante edificio, y entre ellos comenzó a circular el relato de unos hechos ocurridos entre sus paredes siglos atrás, una historia que Rafael Ramírez de Arellano narró de la siguiente manera:

   "Hasta el año de 1841 existió en la fachada de una de las casas de la calle de los Muñices, frontero á un postigo (hoy tapiado) del jardín de los Sres. Diaz de Morales, un Cristo crucificado de mala escultura, ante el cual pendía siempre una luz por los del citado apellido costeada. Al quitar los santos de las calles, el Cristo fué á dar en el oratorio de la casa solariega de los Muñices, y al morir el último poseedor de aquella cuantiosa vinculación, quién sabe cuál habrá sido la suerte de la menguada escultura, vendida como muchas otras en pública almoneda.
     Esta imagen fué puesta en aquel lugar en los últimos años del siglo XVII, y, aunque tradicional, es verosimil el hecho causa de su colocación. El pueblo, poeta sin igual, ha embellecido la historia formando una de las más interesantes leyendas cordobesas. Esta es la que nos proponemos narrar, y hela aquí tal como hasta nosotros llegó.

Imagen 3. Retrato de Isabel.
   D.ª Isabel Diaz de Morales, sobrina y esposa de D. Juan Francisco Diaz de Morales, capitán de corazas y veinticuatro de Córdoba, era, al decir de las gentes, una de las mujeres más hermosas y celebradas de su tiempo, y debió de serlo sino mintió el pincel de D. Juan de Alfaro y Gámez, que conservó en el lienzo las líneas delicadas de su rostro. Era de blanco y sonrosado color, de ojos y cabellos negros, de pequeña y fresca boca, de correcta nariz y de alta y arrogante estatura. Así no es estraño que despertara el amor en los que tenían la fortuna ó la desgracia de verla y el deseo de su vista en los que sólo conocían su belleza por los elogios que de ella hacían propios y estraños. Entre éstos se contaba un caballero de principal linaje y rico en bienes de fortuna, que, aunque cordobés, era forastero en su patria y recien llegado á ella después de militaar en Flandes, estudiar en Salamanca y asistir en la corte, donde tenía entrada por su esclarecido origen de los La Cerda de Castilla.
   Llamábase D. Luís, y apenas llegado á Córdoba, no escuchó otra cosa de amigos y deudos, que el elogio de D.ª Isabel, entrándole tal comezón de conocerla que no desperdiciaba ocasión, antes las buscaba, de ver tan rara y prodigiosa hermosura. Frecuentó con este objeto las casas de los principales cordobeses á donde pudiera ir de visita la deseada y no vista señora, recorrió paseos, sin faltar ni aún á las iglesias, donde con el respeto debido al templo, pudiera contemplarla á su sabor, aunque honestamente y tales trazas se dió que al fin un día de jubileo en la Magdalena, pudo verla postrada ante el altar y devotamente recogida. No fué más pronto vista D.ª Isabel que amada por D. Luís, y a pesar de que era buen cristiano, de tal modo distrajo su atención, que se olvidó del lugar y sus ojos como robados no se saciaban de contemplar á la dama, mientras en su pecho el taimado niño abria la amorosa herida, causa de sus futuros males. Vino tras el placer de mirarla, el deseo de poseerla y tan á priesa se le entró por el alma, que al punto perdió el reposo y todo su pensamiento estaba consagrado, en todo tiempo y lugar, al objeto de sus mortales ansias y amorosas cuitas.

Imagen 4. Iglesia de la Magdalena.
   Abandonó D. Luís por completo la compañía de amigos y camaradas, y todas sus amorosas empresas antes innumerables, pues tan pagado se hallaba de su persona que no creía hubiese mujer que no fuera de él tan pronto requerida como lograda; empero no imaginaba lo mismo de D.ª Isabel, antes bien, la juzgaba fortaleza inexpugnable en cuyos muros no harían mella los disparos de sus ojos ni los rayos del fuego en que su corazón se quemaba, y de este modo andaba entristecido y desasosegado rondando por día y noche la casa donde se guardaba el tesoro, fin y empresa de sus deseos.
   Aconteció que el mal aconsejado caballero hubo de tropezar cierta noche oscura y tenebrosa con uno de los pajes de la dama, quien infiel á sus señores y ganado del oro que D. Luís le diera, se prestó á ponerlo en contacto con una reverenda y oronda dueña que de tercera le sirviese, pues siempre fueron las dueñas amigas de tercerías y mucho más si hallaban bolsillo lleno que trasegar al suyo.
   Quedaron citados para la noche siguiente paje y rondador, y llegada aquélla, D. Luís, á quien parecióle no llegaría, acudió á la plaza de la Magdalena y tras él apareció el paje seguido de la bigotuda dueña, la que no fué vista de D. Luís, cuando acercándose á ella para empezar la plática de un modo que le ganase la voluntad, le puso en la mano un bolsillo relleno de oro, quedando ella como suele decirse, más suave que un guante y obligada y suspensa de la generosidad del gentil hombre á quien había de servir en aquella aventura.

Imagen 5. Plaza de la Magdalena.
   Contóle D. Luís sus amorosas cuitas, pidiéndole protección y amparo, para ganar la voluntad de D.ª Isabel, resistió la taimada tercera, ofreció el caballero nuevos y ricos presentes y á fuerza de ofrecer y de dar, acabaron en que el enamorado galán escríbiese una carta que la dueña se comprometía á poner bonitamente en el devocionario de su señora, para que ésta, cuando fuese á rezar sus oraciones, en él la encontrase, obligándose á tenerlo al corriente de la cara que su ama al recibirla ponía. Quisiera D. Luís que luégo se hiciese, pues sus deseos no le consentían la espera, no conviniendo en ello la melindrosa dueña porque la plática se había alargado y no había lugar de que el caballero fuese á su casa, escribiera y volviese, sin ser notada la ausencia de la criada, dando al traste con el presupuesto de Satanás, que de forjar acababan. Concertaron para verse el siguiente día en el mismo lugar y á la misma hora y se separaron no sin que el caballero diera á la dueña un rico anillo y encomendara en sus manos un alma que ya no era suya y sí de la recatada y hermosa D.ª Isabel.
   Para abreviar, al día siguiente fué entregada la carta que la dueña puso aquella misma noche en el devocionario de su señora, y el caballero se fué á su casa á reposar, si reposo podía tener, que ya ni comía ni dormía de puro enamorado, antes al contrario, se pasaba las noches y los días de claro en claro, lanzando al aire prolongados y hondos suspiros y quejándose con lamentos y sollozos de la hermosa ingrata, tan amada como ignorante del fuego que en el pecho de D. Luís había prendido.
   Llegó la hora del reposo y en la casa de los Diaz de Morales, todos se encaminaban á sus aposentos, después de cumplidas las obligaciones de la noche y hecha la acostumbrada cena, D.ª Isabel se recogió en su cuarto, donde antes de desnudarse tomó su devocionario y se dispuso á rezar las oraciones que por costumbre tenía. Empero no había tomado el libro, cuando se desprendió de él y cayó al suelo un papel que D.ª Isabel miró con más curiosidad que asombro; preguntando á la dueña, allí presente, qué era y cuyo era. Recogiólo la taimada y, sin aparentar saber punto de aquel papel, lo puso en manos de su señora, quien miró el sobrescrito y vió que era á ella á quien iba encaminado, y abriéndolo se estremeció de piés á cabeza, herida en su dignidad y recato de mujer honrada, al ver el amoroso comienzo del billete y la firma de D. Luís de la Cerda, á quien nunca había visto y de quien aún apenas de oidas tenía conocido el nombre.

Imagen 6. Patio de entrada al Palacio.
   Dirigióse la dama á la chimenea para arrojar en ella el atrevido papel que tan en mengua de su decoro se introducía en su alcoba, cuando la dueña tirándole de la falda la detuvo, y le dijo, que no lo quemase sin leerle, pues sería grato y sabroso enterarse de las amorosas ansias de Don Luís y que, aunque no esté bien en señoras discretas, recatadas y con marido, dar oido á galanteos y quejas de enamorados, tampoco seria sabido, pudiendo por lo tanto, deleitarse con él, que siempre causa deleite el elogio de la propia persona; y no es pecadora la mujer por los flechazos que con su hermosura dá, no habiendo en ella el presupuesto de darlos. Y tales razones dijo la dueña en favor de D. Luís, que á D.ª Isabel se le avivó la curiosidad y acabó que lo leería, con lo que la tercera salió adelante con su siniestro y pensando dar cima por completo á la ventura que á su entender tan buen comienzo tenía.
   Recostóse D.ª Isabel en un sillón y desdoblando el papel, leyólo y vió que decía así:

   <<Discúlpeme del atrevimiento de escribiros y del deseo de veros, el placer de haberos antes visto, pues no fuiste vista de mis ojos, cuando mi corazón fué muerto de la terrible lanzada que recibió en el instante con vuestra presencia, y aun considerando el recato, honestidad y discreción que os adornan, que todos son en mí daño, alejando de mí la esperanza, fuérzame á encaminaros mis deseos y mi pensamiento la mortal herida que llevo en el alma y que será causa de mi muerte, si no me daís la medicina que á mis males conviene, pues solo en vuestras manos está el remedio del dolor que padezco.
   >>Así os ruego que me deis lugar para poder llegar hasta vos, á hora desusada y con el recato y sigilo que á vuestra honestidad conviene, para poderos explicar lo mucho que os amo, lo que podrá lograrse sirviendo de tercera vuestra dueña, único confidente de mis desvelos y pesares. Aguardando vuestra contestación queda sin vida el que es todo vuestro,
     D. LUIS DE LA CERDA.>>

Imagen 7. Jardín del Palacio.
   Suspensa quedó la dama con la carta del galán é irritada contra la dueña á tal punto que ésta no pudo hacer nada en favor de su protegido, porque apenas empezó á hablar oyó la orden de guardar silencio y la amenaza de ser despedida de la casa si otra vez se atreviese a tamaños desmanes, pero no obstante recibió el encargo de dar respuesta á D. Luís, lo que había de ser por escrito y de esta manera:

   <<Ni mi hermosura es tanta para que os enamoreis tan locamente como parece, ni mi calidad, linaje y recato tan pocos para menospreciados. Por tanto, señor don Luis, os ruego que en adelante me guardeis los miramientos que me son debidos y no volvais á importunarme con vuestras pretensiones.>>

   Puso D.ª Isabel la carta en manos de la dueña, se desnudó, la despidió y se acostó á reposar, pagada algún tanto de su hermosura y agradecida del amor que don Luís le demostraba, pero no menos ofendida del agravio que se le hacía poniendo en duda su entereza, honestidad y discreción.
   No habían pasado aún veinticuatro horas cuando llegó á manos de D. Luís la para él lanzada que no carta, y á punto estuvo de fallecer en el momento de su lectura, pero la dueña no le dejó reposo y tal le dijo, que le devolvió la esperanza, asegurándole que, á la larga, todas las mayores enterezas se quebrantan y rinden; que él mismo en persona debería requerir de amores á D.ª Isabel, para lo que haría lugar proporcionándole la llave de un postigo, que al jardín daba, por donde, á deshoras, pudiera penetrar y llegar sin tropiezo al camarín de su adorado tormento; y así convinieron en los medios de una entrevista impensada que, si á la dama sorprendía, no, por esto, la dejaría menos pagada del amor del caballero que en tales trances ponía por ella su nombre y persona. Y tras la promesa vino el cumplimiento y la llave llegó a manos de La Cerda, que se apercibió para la empresa, harto arriesgada, que había de hallar cabo á la noche siguiente.
   No había atado la dueña todos los cabos, sino que dejó uno suelto, y así ocurrió que el paje, primer tercero de esta aventura, que estaba al tanto de los manejos de la barbuda y mala mujer, se creyó defraudado en sus ganancias por la dueña y disputando sobre las cantidades y regalos que ella recibiera de D. Luís, hubieron de regañar por lo que el paje, allá á sus adentros, determinó tomar pronta y ejemplar venganza, y sin encomendarse á Dios ni al diablo, se fué adelante por los corredores hasta topar en el despacho de su amo, al que relató, punto por punto, cuanto sabía, que no era todo, de las maquinaciones de la vieja. D. Juan Francisco, era hombre prudente y severo, y enterado de las entregas de carta y llave, menos de la contestación de su mujer, y sabedor de la hora á que D. Luís había de acudir á la que para don Juan era cita, determinó esperarle en la calle y hacer lo que cumple á un caballero que ve su honor manchado y su buen nombre en lenguas de pajes deslenguados y en manos de dueñas tan afanosas de oro cuanto menospreciadoras de la honra y lustre de sus señores; y armado de broquel y espada, se salió de su casa y se dispuso á aguardar á D. Luís en frente del postigo que al jardín daba, en el rincón que aún hace su casa con la inmediata en la calle de los Muñices. Empero llegó tarde, que ya el aventurero había traspuesto el postigo y penetrado en la casa y debía encontrarse en brazos de D.ª Isabel, según creía el mal aconsejado esposo. Pensando estaba éste si seguiría las huellas del seductor, yendo hasta la alcoba de D.ª Isabel á tomar venganza á un tiempo en ambos, cuando se abrió la puerta del jardín y en ella apareció pálido, triste y descompuesto D. Luís de la Cerda, que había sido arrojado de la presencia de su bella pretendida de mala manera, y en el momento de su aparición se le puso delante D. Juan Francisco Diaz de Morales, en la diestra el desnudo estoque y sin permitirle avanzar un paso le dijo:

Imagen 8. Rincón tapiado donde debió estar el postigo.
   <<Puesto que salís de mi casa, señor don Luís, á tales horas y por tal sitio, bueno será que os pida explicaciones de vuestra entrada y éstas no han de ser con la lengua sino con el hierro, y por tanto, os encargo que os defendais porque tengo la mano impaciente por arrancaros el alma: con que guardaos y defendeos que en este sitio os habré de matar.>> Y sin aguardar más razones, arremetió al hidalgo, que aunque se defendió bizarramente, no pudo impedir que la espada de D. Juan, se le entrara por el pecho derecha al corazón y en busca de la muerte. Cayó D. Luís moribundo, escapó D. Juan, entrando en su casa por el postigo, cerrándolo en pos de sí, y D. Luis no tardó en espirar en brazos del corregidor, que, pasando por el Realejo, y oyendo las cuchilladas, había acudido harto tarde, más con el tiempo necesario para que el moribundo le entregara la carta de D.ª Isabel y le dijera: "Es inocente," escapando al punto el alma del mal herido cuerpo que quedó tendido en la calle de los Muñices.
   Ya sabía yó que las malas andanzas de D. Luís de la Cerda, acabarían en esto, dijo el corregidor luégo que hubo leído la carta y adivinado toda la historia que acababa de tener desenlace tan trágico y encargando á los corchetes que llevaran á casa de D. Luís su inanimado cuerpo, se fué solo á la de D. Juan, en donde entró merced á haber dicho su nombre y calidad, que de otro modo no entrara á tales horas y en semejante ocasión.
   En el camarín de D.ª Isabel, halló el corregidor al ofendido esposo con la daga en la diestra y próximo á herir creyendo liviana á su honesta y recatada señora, y entregándole el papel que D. Luís le había dado, le dió también la paz y el reposo que á su agitado espíritu convenían. Se habló en Córdoba por aquellos días del asunto, se buscó en vano al matador, que no es fácil hallarlo cuando de ello no se trata, y pasado algún tiempo el postigo del jardín de los Señores Díaz de Morales, se encontró una mañana tapiado y en la pared frontera, en modesto retablo, apareció un Cristo que duró hasta hace poco, como dijimos al comienzo de esta historia, ante el que no han dejado de ocurrir después otros acontecimientos que acaso algún día llegaremos á referir".


   Esta es la historia del Palacio de los Muñices, tal y como apareció publicada en 1895 de la mano de Rafael Ramírez de Arellano. No he querido variar ni una coma ni una letra para mantener el encanto de la narración original. Como el autor comenta al final de la misma, hay al menos otro acontecimiento relacionado con el cristo de la calle Muñices, pero esa es otra historia que contaré más adelante.






BIBLIOGRAFÍA
- Cuentos y tradiciones, 1895. RAFAEL RAMÍREZ DE ARELLANO.

IMÁGENES
- 1,2, 6, 7 y 8: Fotografías realizadas por el autor.
- 3: Retrato de la señora doña Isabel Díaz de Morales Muñiz de Godoy y Aguayo, c.1675. Juan de Alfaro. N.º inv. 69/48, MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO.
- 4: Vista de la Iglesia de la Magdalena. FO/K 0083-518/F804- Colección Luque Escribano, ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- 5: Jardines de la Magdalena, TEJADA. FO/A 0088-007/F33, ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.

jueves, 11 de febrero de 2021

El Palacio de Orive: ¿Quién fue el Corregidor de la Casaca Blanca?

         Hace unos días comencé una entrada sobre la leyenda del Palacio de Orive afirmando que poco o nada podía aportar sobre ese tema. Sin embargo, movido por la curiosidad, he tratado de averiguar algo más sobre la figura de don Carlos Ucel Guimbarda, el famoso Corregidor protagonista de la historia. Hubiese sido una suerte encontrar por ahí escrita alguna biografía suya, lo cual me hubiese facilitado mucho la redacción de esta entrada, pero no he encontrado demasiada información acerca de este personaje. Sin embargo sí he hallado algunos datos con los que poder esbozar una pequeña semblanza sobre él.


IMAGEN 1. Firma de nuestro personaje.


     Antes de exponer los datos he de decir que escribir "Carlos Ucel Guimbarda" en cualquier buscador de internet te suele llevar inexorablemente a la leyenda narrada por Teodomiro Ramírez de Arellano, pero si continúas indagando un poco más comienzan a aparecer pequeñas variaciones en el primer apellido que suelen aportar más datos. Usel, Ursel, Ussel, Usol y Ocel son algunas con las que me he topado pero entiendo que, independientemente de cómo aparezca escrito el primer apellido, si coinciden el nombre, el segundo apellido y las fechas en que este hombre debió existir se tratará de la misma persona. Y estos datos aportan tanta luz sobre lo que Carlos Ucel Guimbarda no era, como sobre lo que sí.

     En primer lugar este personaje no era cordobés. En ningún momento se afirma tal cosa en la leyenda, aunque el hecho de residir en el Palacio de Orive y ostentar un cargo municipal en nuestra ciudad pudiera llevarnos a pensar que sí. En realidad don Carlos nació en Málaga en la segunda mitad del siglo XVII. Sus padres, Salvador Ussel y Guimbarda, que fue Capitán de Infantería, y Juana Merchan, lo bautizaron en la Parroquia del Sagrario de la capital de la Costa del Sol el 18 de febrero de 1667. Su abuelo paterno había nacido en la localidad francesa de Bar, en la provincia de Corrèze; tras recalar en España, fue Hijodalgo Notorio en la localidad granadina de Albolote y acabó casándose en Málaga con Juana Martel de la Paz. Sus abuelos maternos fueron Diego Merchan y María González, ambos malagueños.



Escudo familiar.
     En segundo lugar, don Carlos no era Corregidor. Este dato ya lo apuntó Ramírez de Arellano en la primera versión que dio de esta leyenda. Según sus palabras, «D. Cárlos Ursel y Guimbarda, era Veinticuatro de Córdoba, pero la tradición nos lo presenta como Corregidor, y considerando esta leyenda completamente fantástica, la hemos seguido tal como ha llegado á nosotros». Además, basta con consultar en el listado de Corregidores de Córdoba del siglo XVIII en el que no aparece su nombre. En cuanto a su Veinticuatría, existe un expediente de 1707 para probar si poseía las cualidades necesarias para ser Caballero Veinticuatro de Córdoba. Difícilmente podría haber tenido la necesidad de optar a un cargo inferior al de Corregidor si ya lo fuese. Por el contrario, sí fue Caballero de la Orden de Alcántara, Gentilhombre de la Real Cámara y Teniente de Alcalde de los Reales Alcázares, con voz y voto preminente en el Ayuntamiento, como aparece citado en varios documentos de 1729. En este último año fue designado como diputado para el recibimiento de los Infantes Luis Antonio Jaime y María Teresa cuando estos visitaron la ciudad de Córdoba.



IMAGEN 3. Estatua de un Caballero Veinticuatro.
     Tampoco quedó viudo tan joven como he podido leer en algunos sitios de internet, donde se dice que este hombre viudo y con una hija llamada Blanca vivía a finales del siglo XVII en el Palacio de Orive. En el expediente que acabo de citar de 1719, que se encuentra en el Archivo Municipal de Córdoba y que trata de las escrituras de unas pajas de agua procedentes de los manantiales de la Fuensanta Vieja, aparece mencionado junto a su esposa Isabel de Morales, nieta de Francisco Díaz de Morales. Por lo tanto, don Carlos aún seguiría casado en pleno siglo XVIII a la edad de 52 años, dando por hecho que nació el mismo año en que fue bautizado, esto es, en 1667. De su hija Blanca no he conseguido encontrar ninguna información, pero supongo que existió pues básicamente la leyenda gira en torno a ella y sería absurdo haber inventado a este personaje. No obstante resulta curioso que esta se llamase igual que el color de la casaca de su padre.

     El palacio donde transcurren los hechos no era propiedad de este "Corregidor". Hasta donde he podido averiguar la casa fue propiedad desde su construcción de la familia Villalón, más tarde Orive Villalón. A finales del siglo XVII su propietario era don Alonso Tomás de Orive y Villalón, según consta en su expediente de pruebas de Caballero de Alcántara de 1699. También da fe de esto Ramírez de Arellano al decir sobre don Alonso que  «vivia en 1718 y era dueño de unas casas principales que ocupan el frente de dicha plazuela» (se refiere a la plaza de Orive). Hasta su muerte en 1758, el propietario lo fue don Fernando de Orive Villalón y Valenzuela, pasando después a manos de su hijo Alonso Tomás de Orive Villalón y Gutiérrez de los Ríos. Este último se vio obligado a arrendar el palacio en 1762 por necesidades económicas a Andrés Baena y Hermoso durante tres años. Obviamente, si es que nuestro "Corregidor" llegó a vivir alguna vez en esta casa, lo haría en calidad de arrendado; espero que lo de levantar todo el suelo buscando a su hija fuese parte de la imaginación que creó esta leyenda y no le destrozase la casa al propietario.

     Que llegase a vivir o no en el palacio es un dato que no he podido contrastar. Hay dos expedientes en el Archivo Municipal que podrían sacarme de dudas pero, por la excepcional situación en la que nos encontramos, no me es posible consultarlos presencialmente, y por desgracia no están digitalizados para poder hacerlo desde casa. En todo caso está claro que alrededor de este personaje, como ocurre en todas las leyendas, hay más adornos que hechos reales. Pero en fin, las leyendas son así.


Rafael Expósito Ruiz. 





BIBLIOGRAFÍA Y DOCUMENTACIÓN

- Expediente instruido en virtud de Real Cédula para probar si en Carlos Usel Guimbarda concurrían las calidades requeridas para ser Caballero Veinticuatro de Córdoba. Refrenda Melchor Junguito, escribano mayor de cabildo. Dos Vol. Pieza 1ª y 2ª. Doc. 331, 06/06/1707. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Fuentes y Cañerías. Manantiales de la Fuensanta Vieja. Escritura, otorgada ante el escribano Francisco Martínez Amoraga por la que declararon, el caballero veinticuatro Carlos Usol y Guimbarda y su esposa Isabel de Morales, haber recibido de este Municipio paja y media de agua puesta en el arca de la puerta de Plasencia, que se le había vendido a Francisco Díaz de Morales, abuelo de expresada Sra., más otra paja y media, toda de los manantiales y sudaderos de la Fuensanta Vieja, 20/06/1719. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
Expediente relativo al pago de dos libranzas de 500 ducados cada una, a Francisco Morales y a Carlos Usel y Güimbarda, diputados del recibimiento de los Infantes Luis Antonio Jaime y María Teresa en su venida a Córdoba. Doc. 16.1. 16/05/1729. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Tradiciones cordobesas. Colección de leyendas históricas y fantásticas en prosa y verso, escritas por varios literatos cordobeses (1863). VARIOS AUTORES.
- Paseos por Córdoba, 1873-1877. TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
- Orive: la clave del espacio público en el centro histórico de Córdoba, 2010. VARIOS AUTORES.        - Casas y Palacios históricos de Córdoba: una señalización de Patrimonio de la Unesco por hacer, International Journal of Scientific Managment Tourism , 2016, Vol. 2 Nº3 pp 147-176. GONZALO J. HERREROS MOYA.

IMÁGENES
- Imagen 1: Firma de Carlos Usel Guimbarda extraída del expediente Dos Vol. Pieza 1ª y 2ª. Doc. 331, 06/06/1707. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Imagen 2: Escudo heráldico extraído del blog de Nacho Fernández "Escudosheraldicosmadrid.wordpress.com".
- Imagen 3: Estatua orante del Caballero Veinticuatro Pedro Fernández de Laiguarda, en Jerez de la Frontera. WIKIPEDIA

domingo, 7 de febrero de 2021

El crimen de San Andrés

      Corría el siglo XVII. Era una bonita mañana de abril en los Marmolejos, nombre que designaba a la zona comprendida entre la desaparecida plaza del Salvador y la confluencia de las actuales calles Diario de Córdoba, Espartería  y Claudio Marcelo, en los límites de la antigua Collación de San Andrés. La calle estaba concurrida, y el bullicio y el trasiego eran constantes. Muchas hortelanas tenían sus puestos allí montados; mujeres con la cesta al brazo compraban hortalizas, otras casadas y algunas jóvenes solteras compraban rosas y claveles mientras los hombres las cortejaban. En frente del Ayuntamiento, junto al callejón del Galápago, tenía su tienda un sastre de apellido García, en el portal de una humilde casa que solo tenía además una sala y una cocina miserable.


Imagen 1. Fotografía antigua de la zona en la que se encontraba la sastrería, en la actual calle Capitulares.


     De repente la muchedumbre comenzó a revolverse junto a la sastrería; unos huían despavoridos mientras otros se acercaban con el fin de averiguar la causa de tal alboroto. Habían llegado ya los alguaciles que se encontraban en las cercanías cuando, de entre el tumulto, salió corriendo un hombre que llevaba en la mano derecha un puñal ensangrentado. Los agentes de la autoridad corrieron tras él mientras la gente que se había quedado junto a la sastrería descubría tirado en el suelo de la misma al sastre García, con una herida en el pecho de la que no dejaba de salir sangre. Aún seguía con vida cuando el párroco, probablemente de la iglesia de San Pablo que estaba a escasos metros de la sastrería, se acercó al lugar para administrarle la extremaunción, tras lo cual falleció. 

     Tras una agotadora carrera, el presunto asesino había conseguido llegar hasta la iglesia de San Andrés sin que sus perseguidores consiguieran atraparlo. Se trataba de un hombre llamado Luis, amigo del sastre y también de la bebida. Solía ir todos los días borracho a la tienda de García a importunar a los clientes, por lo que este, cansado ya del deplorable comportamiento de su amigo, le había dicho esa misma mañana que no quería verlo más por allí. El tal Luis salió del local y volvió al rato con un puñal con el que atravesó el pecho del sastre. Después de dejar atrás a los alguaciles entró en la iglesia. En aquellos tiempos en que la justicia divina pesaba tanto o más que la humana, incluso los asesinos podían recibir asilo en suelo sagrado sin que alguien pudiese hacer nada al respecto. Mientras tanto el cuerpo del fallecido, que por la estrechez de la casa en la que vivía no podía quedarse allí para ser velado, fue llevado casualmente al mismo lugar donde se había refugiado su asesino.


Imagen 2. Iglesia de San Andrés a principios del siglo XX.


     La iglesia estuvo abierta todo el día, con el cadáver de García colocado en el centro, sobre una mesa cubierta con un paño negro. Luis deambulaba de un lado para otro, dormitando a ratos en un banco, rezando en algún rincón, mientras el remordimiento por el crimen le estaba haciendo mella. Llegó la hora de cerrar las puertas del templo y de retirarse el sacristán a sus habitaciones, por lo que aconsejó a Luis que lo acompañara a pasar la noche. Pero este no se fiaba de que dichas habitaciones tuvieran la consideración de sagradas y, pensando que ellas podrían detenerlo, optó por permanecer dentro de la iglesia.

     Intentó dormir, pero las imágenes del sastre cayendo con el pecho ensangrentado lo martirizaban, y el ir y venir de un lado a otro pensando en la muerte que le esperaba cuando lo atrapasen hizo que comenzase a ver y oir cosas raras. Voces pronunciando su nombre, ruido de armas entrando por las puertas e incluso las luces de los faroles que llevaban los integrantes de la ronda nocturna comenzaron a aparecer ante sus ojos; en su imaginación, las estatuas de los santos parecían moverse y los esqueletos salían de fosas abiertas a sus pies. Solo una cosa permanecía inmóvil y era el cadáver de García, pero mientras Luis descansaba apoyado en una columna, exhausto por el tormento que estaba padeciendo, vió como el fallecido salía lentamente del ataúd y se dirigía hacia él.

     Luis se quedó petrificado mientras el muerto seguía caminando en su dirección y, cuando estaba a punto de llegar a su lado, sacó fuerzas de donde no las tenía y echó a correr por la iglesia. El muerto comenzó a correr tras él, y así estuvieron un rato sin parar asesino y asesinado. De vez en cuando este último se detenía, se llevaba las manos al pecho y se abría la herida de la que comenzaba a manar sangre; luego continuaba con la persecución. En una de las tantas vueltas que le dieron a la iglesia, Luis vio abierta la puerta que daba acceso al campanario y corrió escaleras arriba. Pensaba que arriba estaría a salvo, pero se dio cuenta de que no tenía salida. El muerto subía por las escaleras y Luis no tenía más alternativa que lanzarse al vacío desde la torre o dejarse atrapar por el sastre.


Imagen 3. Torre-campanario de la iglesia. 


     La casualidad hizo que el desdichado asesino encontrase una cuerda en un rincón del campanario, así es que ató uno de sus extremos a la balaustrada y comenzó a deslizarse por ella a la calle. Pero la cuerda era demasiado corta y aún le faltaban algunos metros para llegar al suelo, por lo que se quedó suspendido en el aire y balanceándose sin saber si saltar o trepar hacia arriba de nuevo. Pero el muerto, que ya había llegado al campanario, comenzó a bajar a su vez por la cuerda y el asesino, sin fuerzas ya para mantenerse agarrado, abrió las manos y cayó a la plaza resultando malherido. Una ronda nocturna que pasaba por allí se acercó al ver un bulto en el suelo y, al reconocer a Luis y al no encontrarse ya en suelo sagrado, se lo llevaron al calabozo.

     A la mañana siguiente el obispo fue a reclamar que le entregasen al detenido, puesto que el sitio al que había caído formaba parte del templo, pero el Corregidor se negó alegando que fuera de los muros de la iglesia no existía el derecho de asilo. Como ninguno de los dos daba su brazo a torcer, decidieron ponerlo en conocimiento del Rey para que este decidiera a favor de una de las partes. Pero pasaba el tiempo y el Rey no había dado aún contestación, así es que el Corregidor finalizó el juicio que había iniciado contra el asesino e hizo que lo ahorcasen. Después dejó su cuerpo sin vida en una sepultura para que descansase mientras el Rey tomaba su decisión.

     Y esta es la historia de cómo, después de muerto, el sastre García consiguió que su asesino abandonase la seguridad de la iglesia para acabar cayendo en las manos de la justicia, esta vez de la humana.


Rafael Expósito Ruiz.



BIBLIOGRAFÍA
- Paseos por Córdoba, 1873-1877. TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
- Cuentos y Tradiciones, 1895. RAFAEL RAMÍREZ DE ARELLANO.

IMÁGENES
- 1: Fotografía subida por Lolo Córdoba al grupo de Facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES.
-2: Fachada y torre de la iglesia de San Andrés. FO/A 0198-684/F1034, Colección Luque Escribano. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
-3: Imagen de Google Earth.

viernes, 5 de febrero de 2021

Los hospitales de san Bartolomé

      Los creyentes cordobeses sienten una auténtica devoción por san Rafael que se remonta al siglo XVII, siglo en el que Córdoba sufrió las consecuencias de la peste. Según cuenta la leyenda, el arcángel se apareció al padre Andrés de las Roelas asegurándole que libraría a la ciudad de la fatídica epidemia. Cuando ésta comenzó a remitir, el imaginario popular lo atribuyó a la intervención angelical y nombraron a san Rafael custodio eterno de la ciudad, comenzando a erigir estatuas en su honor que se conocen como "triunfos". Están repartidas por algunos de los rincones más emblemáticos de Córdoba, como el Puente Romano, la plaza del Potro o la Puerta del Puente entre otros, y si no me equivoco suman un total de once.

     Está clara la vinculación del arcángel con Córdoba pero, ¿y si hablamos de san Bartolomé? Aparte de las dos capillas dedicadas a este santo, que se hallan en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Mezquita-Catedral,  y de una calle y una plaza con su nombre, no encuentro más referencias a este santo en nuestra ciudad. Y es extraño porque, durante los siglos pasados, se erigieron al menos siete hospitales bajo su advocación. Por desgracia, tan solo uno de los edificios que albergaron un hospital de San Bartolomé sigue en pie hoy día.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ EL VIEJO

     Según Germán Saldaña Sicilia en su Monografía Histórico-Médica de los Hospitales de Córdoba de 1934, este hospital habría sido fundado en el siglo XIII, en las inmediaciones de la actual calle Averroes, probablemente junto o próximo a la capilla de San Bartolomé que está anexa a la Facultad de Filosofía y Letras (antiguo Hospital del Cardenal Salazar y Hospital de Agudos). Aunque la construcción de un hospital solía ir acompañada de la de una iglesia o capilla, según Wikipedia la de San Bartolomé no se construyó hasta los años 1399-1410, por lo que o bien uno de los dos se equivoca en la fecha o la ubicación. El caso es que cuando se construyó el Hospital del Cardenal Salazar en el siglo XVIII, sobre los terrenos de una antigua casa solariega, hay constancia de que el de San Bartolomé seguía existiendo. Según un documento de esta época se sugiere a dicho Cardenal la posibilidad de construir un Hospital General con las rentas de veintitres hospitales que había en la ciudad, y en el que aparece consignado con el número trece el Hospital de San Bartolomé el Viejo. Es problable que el nuevo hospital, que aparece sombreado en la Imagen número 1 junto a la calle San Bartolomé Viejo, acabase engullendo al antiguo al igual que se anexionó la capilla.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ Y SAN ILDEFONSO

     Según un manuscrito recopilado por José Vázquez Venegas, archivero de la Mezquita-Catedral en el siglo XVIII, los soldados del rey Fernando III, que tenían sus cuarteles en el Alcázar Viejo, fundaron junto a algunos vecinos una hermandad con el fin de velar por la capilla de San Bartolomé, junto al Hospital del Cardenal Salazar. Pero como parece ser que era una molestia tener que trasladarse hasta ella, sobre todo en invierno a causa de que las lluvias hacían impracticable el camino, decidieron levantar una ermita en su propio barrio, junto al convento e iglesia de San Basilio, a la que además añadieron un hospital para recoger en él por las noches a los pobres que pasaban de camino. Según palabras de Samuel de los Santos Gener (1888-1965) en sus días aún se podían ver restos diseminados del hospital en algunas casas de la calle San Bartolomé, en el citado barrio del Alcázar Viejo.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ (Collacion de Omnium Sanctorum)

     Existen muy pocos datos acerca de este hospital. Según Germán Saldaña era de tan escasa importancia que apenas se conserva el recuerdo de su nombre. Por una escritura del 22 de marzo de 1486 se sabe que doña Beatríz de los Ríos, fundadora del Convento de Religiosas Cistercienses de Nuestra Señora de la Concepción, adquirió unas casas que lindaban con este hospital y con una calle llamada del Portichuelo. A este respecto Ramírez de Arellano escribe lo siguiente:
     "Cerca de la calle de la Madera aun existe una calleja con puerta que se cerró al tránsito en 1693. Llamábanle de Portichuelo, y en una escritura otorgada ante el escribano Pedro Ortíz, en 22 de Marzo de 1486, que se custodia en el archivo del convento de la Concepción, se probaba que formando esquina con esta barrera existió un pequeño hospital llamado de San Bartolomé, que debió suprimirse en el arreglo que se hizo en el siglo XVI."
     Germán Saldaña coloca este hospital sobre un plano de 1811 en una zona entre la calle de la Madera Alta y la muralla, pero teniendo en cuenta que lindaba con el convento y con la calleja del Portichuelo, y que dicha calle no existe en la actualidad, al igual que la señalada en la Imagen número 3, me inclino a pensar que sería más correcta la ubicación que he marcado en el plano. Esto sólo es una suposición mía, no se trata de ninguna certeza.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ (Puerta del Rincón)

     Se tiene constancia de su existencia al menos desde el año 1520, aunque se desconozca la fecha exacta de su fundación, al parecer por una mujer de la que no se tiene el nombre pero que aparece en las nuevas reglas aprobadas en 1540. En estas se dice que el día de San Bartolomé salían los cofrades en responso hasta el sepulcro de su fundadora "que está en el Cementerio sobre la capilla de la sacristía".
     Según el trabajo del profesor Jesús Padilla González Las puertas y murallas del Campo de la Merced de Córdoba, el hospital se encontraba intramuros, separado de la ermita de Nuestra señora de Ribagorda por el muro de la Axerquía sobre el que se había construido esta última. Estaría el hospital entonces en la zona que hoy ocupa el abandonado cine "Isabel la Católica", activo durante 39 años desde 1968 hasta 2007, y cuyo abandonado local se puso recientemente a la venta o alquiler. Existe un expediente de obras municipales de 1896 custodiado en el Archivo Municipal en el que aparecen las palabras "edificio llamado el Hospitalito". Esta denominación de "Hospitalito" u "Hospitalito del Padre Posadas" se debía a un religioso que pasó la mayor parte de su vida en el Hospital de San Bartolomé. Según Ramírez de Arellano la puerta de la iglesia estaría junto a la del Rincón y otra más pequeña casi a la entrada del callejón del Adarve. En 1580 los frailes de Scala Coeli que no poseían hospedería en Córdoba llegaron a un acuerdo con la Cofradía de San Bartolomé para montarla en su hospital, con la condición de repararlo y conservarlo. Los cofrades de San Bartolomé mantendrían la titularidad del inmueble, y además tendrían prioridad para ser atendidos en el mismo y continuarían celebrando en él sus juntas y cabildos. Tras la desamortización de Mendizabal (1836-1837) el local y sus rentas quedaron incorporados al Hospital Provincial de Crónicos y fue puesto a la venta tras la desamortización de Madoz en 1855, siendo adquirido por el marqués de Guadálcazar, quién en un principio lo pensaba incorporar a sus casas modificando el callejón del Adarve, pero al final acabó usándolo como atarazana.

    En 1878 el edificio fue denunciado por los vecinos de la Puerta del Rincón por encontrarse en estado ruinoso, como se puede apreciar en la Imagen número 4 fechada en 1934, por lo que el edificio seguía en pie en esa fecha. Ignoro si el marqués seguía siendo su propietario o no, pero en todo caso parece que nadie se hacía cargo de su conservación. El 30 de diciembre de 1895 apareció una noticia en el Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos informando de que el tejado se había hundido en la noche del 28 del mismo mes.
     En la Imagen número 5, subida por el fotógrafo Antonio Jesús González al grupo de facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES, que se habría realizado en torno a 1915-1920, se puede apreciar al fondo el palacio de los marquese de Guadálcazar y, justo delante y a la izquierda en la foto, las casas donde estaría el Hospital de San Bartolomé, según la interpretación que hace Jesús Padilla González. Sobre este hospital, y sobre el que voy a tratar a continuación, hay más información y más completa en el blog de Paco Muñoz "Notas Cordobesas", blog de referencia para todo aquel que desee conocer algo más de las historias de nuestra ciudad, y del que soy fiel seguidor.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ Y SANTA MARÍA MAGDALENA (San Bartolomé de las Bubas)

     Este hospital fue fundado en 1540 por una cofradía constituida por los tejedores de paños, al parecer aconsejados por el sacerdote Juan de Ávila. Para sufragar los gastos cada uno de los cofrades debía aportar un real por cada paño que confeccionase al año. El hospital se construyó cerca de la Iglesia de Santa María de la Magdalena, en los terrenos de unas casas del Cabildo y otras que había en el cementerio de la propia Iglesia. Pero este edificio parecía insuficiente para los fines que se pretendían, por lo que acabaron adquiriendo otras casas entre las calles Isabel II y Alfonso XII donde construir uno nuevo. Por esta razón ambas calles llevaron durante algún tiempo nombres que hacían referencia al hospital. En la Imagen número 6 aparecen sombreadas las dos zonas donde tuvo su sede el hospital, aunque la señalada como primera ubicación sea solamente orientativa del sitio donde pudo estar. Coloquialmente se lo conocía como San Bartolomé de las Bubas, para diferenciarlo del otro hospital que ya existía bajo la advocación de este santo y que se ha tratado más arriba como San Bartolomé el Viejo. Las bubas son una especie de ampollas purulentas relacionadas principalmente con enfermedades de trasmisión sexual, que se tratarían en este hospital mediante unciones de mercurio y arropando a los enfermos con paños.

     En un principio solamente se instalaron camas para hombres (¿discriminación sanitaria?), incluyendo un tiempo después las de las mujeres, haciendo un total de 22 en 1642, como está reflejado en el inventario de los materiales y enseres del hospital que el 4 de abril de ese año hizo el Hermano Mayor de la cofradía. Las reglas originales que lo regulaban se perdieron y hubo que redactar unos nuevos Estatutos en 1670, aprobados por el Obispo Francisco de Alarcón y por Pedro de Armenta, su Provisor. Ya en sus últimos años el hospital había perdido su importancia, abriéndose únicamente en una época del año (Germán Saldaña supone que sería en primavera) para atender a enfermos intermitentes. En julio de 1842 la Diputación Provincial de Córdoba anunció el establecimiento de la Escuela Normal de Instrucción Primaria en el edificio del hospital, y el 1 de septiembre de ese año se produjo la apertura de la misma. Sin embargo, debido a su escasa extensión y a que se encontraba en uno de los extremos de la ciudad, dificultando el acceso a muchas familias, la Escuela fue trasladada en 1844 al antiguo Hospital de Antón Cabrera, en la calle San Felipe.
     Finalmente el Hospital de San Bartolomé fue derribado en 1861, a causa del estado ruinoso en que se encontraba, y en su lugar se proyectó una plaza que llevaría su nombre, y que se puede ver en la Imagen número 7.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ (Calle de Letrados)

     De este hospital se tienen tan pocos datos como de los primeros que he tratado en esta entrada. Según Teodomiro Ramírez de Arellano en Paseos por Córdoba, la calle Letrados, que en la actualidad se llama Conde de Cárdenas, aparece en los padrones del siglo XVI bajo el nombre "del Hospital de San Bartolomé". Esta denominación afectaría únicamente al tramo que va desde el final de la calle García Lovera hasta la plaza de la Compañía. Continúa el autor diciendo que el hospital había estado situado en la casa número 8, reedificada hacia 1840, aunque algunas páginas antes afirmaba que estuvo en el número 26. Al parecer el edificio era de apariencia pobre y tenía sobre la puerta de entrada un cuadro que representaba la imagen del santo. Aparece citado en varios documentos de 1573 y 1574, aunque Ramírez de Arellano no especifica cuáles ni el lugar donde se encuentran. En este último año, al parecer, se habrían construido cinco habitaciones para albergar familias pobres, lo que confirmaría la idea de que se trataba de un hospicio que recogía a huérfanos y viudas.



HOSPITAL DE SAN BARTOLOMÉ Y JESÚS NAZARENO

     Este es el último hospital que se verá hoy, y el único que aún queda en pie. Se encuentra en el barrio de San Andrés-San Pablo, ocupando prácticamente la totalidad de una manzana que se encuentra entre las calles Jesús Nazareno, Buen Suceso, Ocaña y la plaza de San Agustín. Como en el caso del hospital de San Bartolomé de las Bubas, este parece ser que también fue fundado por una hermandad de tejedores de paños, aunque en esta ocasión lo hicieron los de la Collación de San Lorenzo. Era al principio una especie de casa de socorro en la que había seis camas para atender a los enfermos antes de trasladarlos al hospital correspondiente, y pasó después a ser asilo para ancianos incurables. Ya desde su fundación había sido un hospital de escasa importancia, y pronto empezó a decaer hasta quedar abandonado y bastante deteriorado.
     En febrero de 1673, y por mediación del Padre Cristóbal de Santa Catalina, comenzaron las obras para su restauración y nueva puesta en funcionamiento con ayuda, como no, de las limosnas y donativos de muchos ciudadanos cordobeses, y con el fin de tratar a mujeres ancianas e incurables. Se instituyeron dos congregaciones para el gobierno del hospital: una de hermanos que se encargarían de salir a la calle a pedir limosna, y otra de hermanas para atender a los enfermos y el servicio interior. Asegura Germán Saldaña que, cuando fue fundado, el hospital no tenía dotación de agua y que los hermanos tenían que llevarla en un carro, por lo que el Padre Cristóbal acudió al conde de Priego, quien le habló de una paja (1) de la misma que andaba perdida en la ciudad y que finalmente el Padre adquirió en propiedad. Además, según consta en un expediente del Archivo Municipal de Córdoba, el Ayuntamiento donó en 1764 al hospital una paja de agua procedente de los manantiales del Arroyo Pedroches.

     En 1782 les fue cedido un terreno en la calleja del Rehoyo, justo a la espalda y frente a la plaza de San Agustín, para ampliar el edificio, que en 1934 pasaba de los tres mil metros cuadrados en total, sumándole patios corrales y huertos, según cuenta Germán Saldaña. La información que ofrece el Catastro en la actualidad es que la parcela ocupa una extensión de 6.926 metros cuadrados. Además de las habitaciones contaba con dos enfermerías. Una de ellas, de cuarenta metros de largo por siete de ancho, es la que se puede ver en la Imagen número 9.
     El hospital, además de dedicarse a recoger ancianas incurables y sin recursos, ofrecía desde 1896 clases gratuitas de primera enseñanza para 300 o 400 niñas pobres. Desde 1902 contó también con una escuela dominical para unas 200 alumnas. Ya en 1933 no solo acogía a ancianas sino también a mujeres jóvenes. En la actualidad ha pasado a ser la Residencia de Ancianos Jesús Nazareno, de gestión privada, y entre cuyos requisitos están una edad mínima de 65 años y no padecer enfermedades infecto-contagiosas.

     Y para finalizar, en un giro loco e inesperado que hará las delicias de todos aquellos fans de lo insólito y lo misterioso, ¿qué pasaría si uniésemos con líneas las ubicaciones de los 7 hospitales de San Bartolomé?


Imagen 11.




(1) La paja es una medida de caudal que en Córdoba equivaldría, según López Amo en su libro Fuentes y Cañerías, a unos 2,4 litros a la hora.







BIBLIOGRAFIA Y DOCUMENTACION
- Expediente: María Agustina Martínez de Hinojosa (Juan Reyes) ADARVE, S/N (EDIFICIO LLAMADO EL HOSPITALITO), 1896. SF/C 00324-050. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
Monografía Histórico-Médica de los Hospitales de Córdoba, 1934. Germán Saldaña Sicilia. B.R.A.C. números 41, 42, 43 y 44.
- Medidas antiguas de agua: La paja de agua cordobesa, 2015. José Roldán, Guadalupe Pizarro y Desiderio Vaquerizo.

IMAGENES
1 y 2: Secciones del plano de 1884 de Dionisio Casañal.
3: Sección del plano de 1811 de Karvinski o "de los franceses".
4 y 9: Fotografías publicadas en Monografía Histórico-Médica de los Hospitales de Córdoba, 1934. Germán Saldaña Sicilia. B.R.A.C. números 41, 42, 43 y 44.
5: Fotografía extraída del grupo de Facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES.
6: Recreación de una sección del plano de Karvinski de 1811.
7, 8 y 10: Fotografías realizadas por el autor.
11: Captura de Google Earth.

lunes, 1 de febrero de 2021

El Palacio de Orive: la Casa Encantada

      Poco o nada se puede aportar ya sobre el Palacio de Orive o de los Villalones y su leyenda que no se haya dicho o escrito con anterioridad. El edificio, diseñado por Hernán Ruiz II y construido en 1560, se asienta sobre el solar de una antigua casa perteneciente a la familia Hoces en la plaza que lleva el nombre del palacio. De difundir la leyenda ya se encargó en su momento Teodomiro Ramírez de Arellano, en las obras  Colección de leyendas históricas y fantásticas en prosa y verso, escritas por varios literatos cordobeses (1863), Paseos por Córdoba (1873-1877) y Romances histórico-tradicionales de Córdoba (1902), y hoy en día existe un considerable número de blogs y páginas web donde podemos encontrarla. Entonces, ¿para qué  publicar una vez más lo que ya se ha publicado tantas veces? La razón es sencilla: la leyenda, además de por la tinta y el papel, ha ido pasando de boca en boca a través de las generaciones, y a cada paso que da va perdiendo algo, una frase, un hecho, un personaje, y con el tiempo los detalles se van desdibujando. La madre de mi mujer se la contaba a ella de pequeña y hoy, para que nada que tenga o haya tenido que ver con Córdoba se pierda, se la voy a contar yo.



Imagen 1. Medallón sobre la puerta de entrada.


Imagen 2. Iglesia Madre de Dios.
     Cuenta la leyenda que en esta casa vivía don Carlos Ucel y Guimbarda, Corregidor de la ciudad. Había quedado pronto viudo y al cuidado de su pequeña y única hija, de nombre Blanca. La niña nunca salía sola de casa, lo hacía acompañada de su ama en los primeros años y de su padre cuando ya era algo más mayor. Un día 8 de septiembre, cuando se celebraba la velada de la Fuensanta, Don Carlos y su hija, que había cumplido ya los diecisiete años, salieron a pasear con la intención de beber el agua de la fuente y rezar por el alma de la esposa y madre de ambos ante la imagen de la virgen. Cuando se encontraban a la altura del Convento de Nuestra Señora de los Remedios y San Rafael, conocido por todos por el de Madre de Dios, les salió al paso una mujer gitana que quiso leerle a Blanca la mano a cambio de una pequeña limosna. La muchacha no pudo evitar que se le notase en la cara la repugnancia que sintió ante el aspecto harapiento de la gitana y, al darse cuenta, su padre ordenó a la mujer que se apartase y dejara de molestarlos. Pero la gitana insistía y don Carlos acabó apartándola a un lado para continuar su camino hacia la iglesia, mientras ésta profería una serie de maldiciones entre las que se pudo escuchar: "Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará verter".

Imagen 3. Vista del Palacio en 1920.
     Habían pasado ya dos o tres años de este desagradable encuentro, al que ni el padre ni la hija habían dado mayor importancia, cuando un día a altas horas de la noche oyeron como llamaban a la puerta de su casa. Al asomarse vieron a unos hebreos que venían a quejarse de que no les dejaban alojarse en ninguna de las posadas de Córdoba, y a solicitar al Corregidor que les solucionase el problema o que les dejase pasar la noche aunque fuera en el portal de la casa. Don Carlos consintió en alojarlos hasta la mañana siguiente. El ama de doña Blanca le hablaba tanto a la muchacha de lo extraños que parecían los personajes que la curiosidad hizo que las dos corriesen a espiarlos por el ojo de la cerradura del portón que separaba la vivienda del portal. Mientras los veían leer un libro con la luz de una vela amarilla y pasar con las manos las cuentas de una especie de rosario que uno de ellos llevaba a la cintura, se oyó un ruido extraño y el suelo del portal se abrió apareciendo entonces una escalera de mármol negro que se adentraba en las entrañas de la casa. Uno de los hebreos bajó por ellas y al poco tiempo apareció acompañado de un hermoso joven de unos quince años y llevando un cofre que parecía estar lleno de alhajas. El muchacho, que parecía conocerlos, les suplicaba llorando que lo dejasen salir de allí ya que tenían a su entera disposición todas sus riquezas, pero éstos le dijeron que todavía no había llegado el momento, aunque estaba próximo, y tras recordarle que bajo ningún concepto debía revelarle a nadie su secreto, lo obligaron a bajar de nuevo. Entonces apagaron la vela, y la abertura del suelo desapareció al igual que había aparecido. Blanca y el ama se alejaron entonces de allí asombradas ante lo que acababan de presenciar.

Imagen 4. Vista del Palacio en 2002.
     A la mañana siguiente los extraños personajes se despidieron del Corregidor agradeciéndole la amabilidad que había tenido con ellos al dejarles pasar la noche bajo techo y, antes de marcharse, le regalaron unos pequeños frascos de esencia de rosa. Mientras tanto Blanca y el ama no podían frenar la curiosidad por averiguar el misterio de aquél joven encerrado bajo su casa y acompañado al parecer de muchas riquezas, y comenzaron a inspeccionar el portal en busca de alguna señal de la hendidura o la escalera sin lograr ningún resultado. Sin embargo el ama encontró diseminadas por el suelo gotas de cera de la vela que habían usado los hebreos, así es que las recogió y las unió formando una pequeña mecha. Se la enseñó a Blanca y le dijo que cuando llegara la noche la encenderían y bajarían a rescatar al muchacho y, ya de paso, todas las joyas que tuviese, pero ésta pensaba que lo más sensato era contarle a su padre lo que había ocurrido y que él decidiera lo que se haría. Pero el ama convenció a la joven de que las tomaría por locas y embusteras, y que era mejor hacer lo que le había sugerido y que después, una vez que todo hubiese acabado, le contarían la historia al padre.
     Al anochecer, cuando don Carlos y el resto del servicio se habían acostado, las dos se dirigieron al portal y encendieron la luz. Al instante el suelo volvió a abrirse dejando ver de nuevo la escalera de mármol. Ambas bajaron y, mientras Blanca recorría innumerables galerías sin lograr encontrar al muchacho, el ama comenzó a subir un cofre lleno de joyas. Entonces descubrió que la pequeña mecha se estaba acabando y comenzó a llamar a Blanca para que regresara, pero la luz se apagó quedándose la joven encerrada bajo el suelo que acababa de cerrarse. El ama asustada comenzó a gritar pidiendo ayuda y acudieron el Corregidor y los criados, que a duras penas lograban entenderla por el estado en que se encontraba. Cuando logró calmarse y les contó lo que acababa de pasar, don Carlos gritó fuera de sí llamando a su hija, y escuchó como Blanca le contestaba a lo lejos con la voz quebrada por el llanto. Entonces decidió romper el cofre que el ama había subido para ver si encontraba alguna vela para que el suelo volviera a abrirse, pero al hacerlo salió de su interior la sombra de la gitana a la que había despreciado años atrás y le dijo: "Gritáis en vano señor; un día quise advertir a la chiquilla de su destino y no quisisteis escucharme. Dios lo ha querido Guimbarda, ahora vuestra hija está con él". Y mientras pronunciaba estas palabras la sombra se evaporó.

Imagen 5. El Palacio en una película de 1925.
     Don Carlos revolvió toda la casa excavando el suelo en busca de su hija mientras continuaba llamándola desesperado, pero la voz de Blanca se oía cada vez más apagada. Jamás logró encontrarla ni halló rastro alguno del muchacho encerrado ni de las riquezas que éste tenía allí abajo. Poco a poco el hombre fue perdiendo la esperanza y la razón y acabó con el tiempo muriendo sólo y trastornado. Y cuentan que, al morir, lo hizo con una sonrisa, pues al fin se iba a reunir con su amada hija.

     Y así acaba la historia que en varias ocasiones nos contó Teodomiro Ramírez de Arellano, también conocida como la del Corregidor de la Casaca Blanca, mote con el que el pueblo llano conocía a Carlos Ucel y Guimbarda por ser esta una prenda que usaba a menudo. Como curiosidad, Arellano situó esta historia en una casa que formaba esquina entre las calles San Pablo y Santa Marta, en la primera versión que escribió para la Colección de leyendas. Más tarde rectificó en Paseos por Córdoba de esta manera: "El autor de este cuento debió ser hombre de inventiva, pues se aparta de todas las que hemos dicho, dándola cierto sabor novelesco, qué interesa á cuantos la han escuchado. Sobre ella escribimos una leyenda, si bien equivocando la casa, porque así aparecía en los apuntes que nos suministraron". Por cierto, esta no es la única ocasión en que una chiquilla desparece bajo el suelo de Córdoba a causa de una vela que se apaga, pero eso es otra historia que contaré más adelante.



Imagen 6. Aspecto actual del Palacio.



Rafael Expósito Ruiz.






BIBLIOGRAFÍA
- Tradiciones cordobesas. Colección de leyendas históricas y fantásticas en prosa y verso, escritas por varios literatos cordobeses (1863). VARIOS AUTORES.
- Paseos por Córdoba (1873-1877). TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
- Romances histórico-tradicionales de Córdoba (1902). TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
  
IMAGENES
- Imágenes 1 y 6: Fotografías realizadas por el autor.
- Imagen 2: Fuente del Campo Madre de Dios con iglesia al fondo. FO/A 0197-615/N905, Colección Luque Escribano. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Imagen 3: Córdoba Palacio de Orive, 1920. FO/K 0155-006, Rafael Garzón Herranz, Colección Estudio Garzón. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Imagen 4: Fotografía realizada por Roberto Correa.
- Imagen 5: Fotograma de la película La hija del Corregidor, 1925. Imagen subida por Antonio Moreno Bello al grupo de Facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES.