viernes, 24 de septiembre de 2021

Cuando Alejandro Dumas estuvo en Córdoba

     En 1846, el ministro francés de Negocios Extranjeros solicitó al célebre autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo que acudiese a España como cronista oficial de la boda de la infanta Luisa Fernanda con el duque de Montpensier. En su viaje, Alejandro Dumas, a quien acompañaban el poeta Auguste Maquet, los pintores Adolphe Desbarolles y Eugène Giraud, el criado etíope Eau Benjoin y Alejandro Dumas hijo, visitó ciudades como Irún, Madrid, Toledo, Aranjuez, Jaén, Granada, Córdoba, Sevilla y Cádiz.

Imagen 1. Alejandro Dumas, padre e hijo.



Imagen 2. Edición francesa de 1897.
     El viaje por tierras españolas duró un mes y medio y dio como resultado la publicación en los dos años siguientes del libro Impresiones de viaje. De París a Cádiz, en el que alababa y criticaba por igual todo lo que iba viendo a su paso, a veces incluso en la misma frase. Esta obra levantó algunas ampollas y fue muy criticada por la parte más conservadora de nuestro país, quizás debido a la excesiva imaginación del autor o su desilusión por no haber encontrado la "España romántica" que él esperaba. En 1847, antes de haberse completado la edición francesa del libro, que constaba de cinco volúmenes, aparecieron en Barcelona y Madrid traducciones parciales en castellano con comentarios nada agradables sobre el autor de Víctor Balaguer y Wenceslao Ayguals de Izco.

     La primera impresión que el autor francés se llevó de Córdoba cuando la divisó a lo lejos fue desilusionante, y así lo dejó escrito: «Córdoba, calentada por su sol morisco, se encuentra en una situación admirable; pero a Córdoba, cuerpo de casas sin sombra, sin jardines y sin otro monumento que la catedral, a pesar de las tres o cuatro palmeras que balancean sobre ella sus graciosos abanicos, le falta apariencia. Es cierto que, como todas las cosas buenas, Córdoba gana una vez que se la conoce. Mientras tanto, no es menos cierto que a primera vista Córdoba no es en absoluto la Córdoba que uno se ha hecho». La cosa cambió al llegar al fielato, según Teodomiro Ramírez de Arellano, de la Puerta Nueva. El hecho de que los empleados reconocieran a Dumas y supieran de su obra, además del hecho de que por esa razón ni siquiera les revisaron las maletas, le impresionó lo suficiente como para escribir: «¿Conoce usted a alguien más literario y más adecuado que los soldados y los aduaneros cordobeses?».

Imagen 3. Antigua ubicación de la Fonda Rizzi.
     Una vez que entraron en la ciudad los viajeros se dirigieron en busca de un alojamiento que les habían recomendado desde Granada, y que en la versión francesa del libro aparece como "l´hôtel de la Poste". En castellano vendría a significar algo así como "el hotel de Correos", por lo que seguramente se trataba de la conocida Fonda Rizzi en la calle Ambrosio de Morales, que en esa fecha se encontraba junto a la Oficina Postal. Así lo asegura Ramírez de Arellano al enumerar las diversas personalidades que alguna vez se hospedaron allí. Por el contrario, tanto Cordobapedia como Toni Cruz González, de la Redacción de COPE Córdoba, consideran que el lugar elegido por los viajeros para alojarse sería la Posada del Sol, en la calle Magistral González Francés; tal vez se deba al hecho de que Dumas se refirió más adelante al hotel como "Parador de las Diligencias" y que casualmente a excasos metros de la citada posada se encontraban las oficinas de las dilgencias La Americana, en el número 58 de la calle del Caño Quebrado.

     Tras criticar el hecho de que el hotel no contase con bañeras y que tuvieran que contentarse con unas grandes fuentes de barro para asearse, Alejandro Dumas le dio un repaso al aspecto de nuestra ciudad:

Imagen 4. Antigua Posada del Sol.
     «Cada uno de nosotros se había hecho una Córdoba a su manera: el uno gótica, el otro casi romana; puesto que los recuerdos de Lucano y de Séneca estaban tan vivos en nosotros como los de Abd-el-Rhaman y los del Gran Capitán. Sólo habíamos olvidado una cosa, la de representarnos una Córdoba española, la única que encontraríamos. Calles estrechas, sucias, en las que está prohibido arrojar el agua que se usa, sin duda por miedo a que esa agua vaya a lavarlas un poco; casas bajas y a menudo de una tonalidad grisácea, lo que es raro en España, y enrejadas de arriba abajo como prisiones; un solo monumento domina todo esto, la catedral: eso es lo primero que llama la atención de Córdoba. El adoquinado era nuestra mayor desesperación; esas piedras, que ofrecen continuamente la punta, parecen estar en continua reacción contra aquellos que pasan: se necesitaría a la graciosa Mignon y toda su destreza en la danza sobre los huevos para caminar sobre ese empedrado».

     Al día siguiente decidieron visitar tranquilamente la ciudad, para resarcirse de la mala impresión que se habían llevado al llegar cansados y malhumorados. La Mezquita dejó impresionado a Dumas y, como ya hiciera el emperador Carlos V tras contemplar la Capilla Mayor que él mismo había permitido que se construyera en el templo musulmán, también se lamentó por la alteración de su forma primitiva: «En otra parte, esta capilla sería algo bello; pero aunque seamos demasiado cristianos como para lamentar el dominio del cristianismo, somos demasiado artistas como para no deplorar que ese dominio se haya manifestado en forma de arquitectura renacentista justamente dentro de una mezquita cuya conservación integral hubiese constituido un monumento único en Europa».

Imagen 5. Interior del Coso de los Tejares en 1896.
     Tras abandonar la Mezquita-Catedral se dirigieron a la Plaza de Toros de los Tejares, que llevaba apenas unos meses inaugurada y de la que Dumas afirmaría más tarde en su libro: «pequeña y coquetamente pintada, es una de las más ponderadas de Andalucía, ya que no basta que una plaza sea grande para que sea bella». Más tarde el profesor de francés sugirió al grupo visitar lo que él denominó como Zehra, refiriéndose a las ruinas de Medina Azahara, pero la hora de cenar se acercaba y decidieron suspender la excursión. La estancia del grupo en Córdoba aún dio para dos cacerías en la sierra y para intentar encontrar los restos de la casa de Séneca, del que Dumas escribió: «Séneca no es un gran trágico; pero en fin, como es el único trágico de Roma, y como en su poema de Medea predijo el descubrimiento de América, yo deseaba ver la casa de Séneca». Lo que hallaron realmente fue un prostíbulo, al que lo habían conducido algunas de las personas que conoció en la ciudad. Finalmente todos marcharon hacia Cádiz, desde donde posteriormente continuarían el viaje hasta Argelia. Todos excepto Alejandro Dumas hijo, de quien se dice que permaneció en nuestra ciudad al haberse enamorado perdidamente de una dama cordobesa de alta cuna.

     Tras la lectura del libro da la impresión de que Alejandro Dumas disfrutó de su estancia en Córdoba, pero el hecho de que criticase algunas de sus carencias o menospreciase en cierta manera a Séneca no sentó nada bien entre los habitantes de la época, que obviaron las alabanzas hacia la Mezquita o a la generosidad y hospitalidad de los cordobeses. El malestar por el libro de Dumas tardó un tiempo en desaparecer, y años después los redactores de periódicos como el Diario de Córdoba o La Alborada aún seguían aprovechando la más mínima ocasión para dirigirle algún que otro dardo. Más tarde, también Ramírez de Arellano haría notar su enfado al escribir acerca del autor francés: «...Alejandro Dumas, padre é hijo, á quienes obsequiaron mucho los literatos cordobeses, no pagándoles después con la cortesía que era de esperar, pues criticó á Córdoba al escribir su viaje».


     «Dumas viene á España y describe nuestras costumbres desnaturalizandolas y forjándolas tambien á su alvedrio: achaque comun á todos sus compatriotas.»
DIARIO DE CÓRDOBA, 19 de mayo de 1854.

     «...El huésped real [el príncipe de Orange] ha sido robado [en Biarritz] en una cantidad bastante crecida de billetes del Banco, que fueron estraidos de su cartera... ¿Qué dirá á esto el celebérrimo Alejandro Dumas? ¡Si hubiera acontecido en España!»
DIARIO DE CÓRDOBA, 18 de agosto de 1857.

     «En Caen se ha descubierto una banda de asesinos y ladrones que tenia en conmocion á todo el departamento y que cometia robos atrevidos y crimenes terribles, se han preso hasta ahora 22 individuos. El señor Alejandro Dumas, si esto hubiera sucedido en España, tendria ocasion para escribir un volumen sobre los bandoleros de nuestro pais.»
DIARIO DE CÓRDOBA, 19 de enero de 1858.

     «Alejandro Dumas ha regresado ya á Paris de su largo viaje por Rusia, Georgia y Circasia. Trae un repuesto inagotable de aventuras, mentiras y exageraciones que van á ser la delicia de ambos mundos.»
DIARIO DE CÓRDOBA, 29 de marzo de 1859.

     «El historiador de Garibaldi, Mr. Alejandro Dumas, ha llegado á Palermo á bordo de su buque; ya es un poco tarde para saber la verdad: digno de Alejandro Dumas, hubiera sido el asistir á la toma de Palermo; pero en fin, ya nos lo contará todos como si lo hubiese visto.»
LA ALBORADA, 30 de junio de 1860.



RAFAEL EXPÓSITO RUIZ.




DOCUMENTACIÓN
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
- El paso del padre de Los tres Mosqueteros por Córdoba en 1846. Toni Cruz González.
- Las andanzas de Dumas por España. Nicolás Ortega Cantero.
- Paseos por Córdoba. Teodomiro Ramírez de Arellano.

IMÁGENES
- Imagen 1: Wikipedia.
- Imagen 2: Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico.
- Imagen 3: Fotografía realizada por el autor.
- Imagen 4: B.R.A.C. n.º 42.
- Imagen 5: Plaza de los Tejares, Rafael Garzón Rodríguez. Archivo Municipal de Córdoba.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El caimán de la Ribera

      Durante los últimos días de agosto y buena parte de septiembre del año 1924, el periódico La Voz: diario gráfico de información mantuvo entretenidos a los cordobeses con la supuesta aparición de un caimán en aguas del Guadalquivir. La noticia saltaba el 28 de agosto de la mano de Julifer, seudónimo del periodista Julio Fernández Costa, quien la redactaba de esta manera:





     «Cuando nos devanábamos los sesos bajo el fuego de un sol asfixiante buscando un motivo de información -ahora nada ocurre- acertamos a cruzar por el típico paseo de la Ribera, donde observamos que un nutrido grupo de mujeres y pequeñuelos oteaba el río con airosas miradas.
     Nos incorporamos al grupo, y sin preguntar nada, lo supimos todo. En las turbias aguas del Guadalquivir había sido visto un enorme caimán.
     Un nene refería cosas espantables, había visto al monstruo con su enorme boca y su doble hilera de afilados dientes como puñales, buscar en la orilla la caricia del sol. Una vecina aseguraba que durante la noche había oído hacia la parte del Campo de la Verdad, tiernos sollozos de recién nacido.
     - Será un cocodrilo -interrumpió una del corro.
     - ¡Qué cocodrilo, ni niño muerto! Un caimán como el de la Fuensanta, o más grande "entavía".
     Imaginamos al vuelo el gran éxito de este caimán que se aparece en estos días en paraje tan concurrido, con el precedente histórico del celebérrimo caimán de la Fuensanta.
     No hemos de recordar ahora leyenda tan conocida, de la que existe como testimonio fehaciente, colgado en una galería de la ermita de la Fuensanta, como exvoto, el apolillado caimán, su osamenta carcomida, que pone en entredicho la ley de las correlaciones orgánicas, la muleta del arriesgado cojo que lo mató y la escopeta primitiva, con su disparador de pedernal, su tosca culata y su cañón oxidado y retorcido por la acción del tiempo. Solo falta el pan que le echó el cojo al caimán para meterle la bala en el exófago al abrir éste las terribles fauces.
     Nos imaginamos al nuevo caimán de la Ribera como un ejemplar más moderno, aunque no menos terrible. Sus aceradas escamas brillarán a la luz de la luna como corazas, y su traidora mirada, terrible y fría, y sus mandíbulas armadas, tendrán algo de las representaciones apocalípticas. ¡El Caimán!
     Más eficaz que todas las órdenes de la Alcaldía ha sido la aparición de este fantástico saurio para alejar a los chicos que invadían a todas horas las márgenes del río por los parajes próximos a la Ribera y Ronda de Isasa, ofrendándose como víctimas propiciatorias a las traidoras y turbias aguas del río Grande, engullidor insaciable de ahogados.
     El caimán de la Ribera constituye la comidilla del día entre el sencillo vecindario de "junto" al río. Ya son muchas las personas que han visto -acaso con la imaginación ardiente- al terrible mónstruo. Y no concuerdan las descripciones, ¡tan varia y calenturienta es la fantasía popular!
     Digamos en honor a la verdad y en abono del enigmático caimán de la Ribera, que aún no se ha tragado a nadie. Lo que nos admira es su presentación en estas aguas. ¿Quienes serán sus progenitores? ¿Dónde moran? ¿Cómo habrá podido salvar todos los obstáculos hasta arribar a la tranquila Tabla de las Damas? He aquí el misterio que trataremos de descubrir. Hemos hecho propósito de sorprender al amigo caimán, de interviuvarlo, de fotografiarlo y de contribuir a su celebridad, dándole un bombo en LA VOZ.
     Suponemos que seremos bien recibidos por el terrible mónstruo, y confiamos en que no nos hará daño alguno, una vez que conozca nuestras buenas intenciones.

     N. de la R.- Nuestro compañero el redactor gráfico Adolfo de Torres Barrionuevo "Canuto" está a la expectativa para obtener una "foto" del mónstruo que ha aparecido en la Ribera.
     Gracias al inmenso "Canuto" el caimán será conocido por todos, y a tal efecto Adolfito se ha trasladado a la margen izquierda del río Guadalquivir, y con "el botones" y la máquina espera, impaciente, que el caimán asome su cabezota para "disparar".
     Un poco de tranquilidad y el fantástico saurio será cazado a lazo.»


     Los días posteriores el diario se centró en narrar cómo la gente acudía a la Ribera con la esperanza de ver al caimán, mientras redactor y fotógrafo hacían turnos de vigilancia con igual finalidad. Se aseguraba que uno de los muchachos que primero lo vieron decía que éste únicamente salía a primeras horas de la madrugada, asomándose casi frente a la plaza del Potro a la otra orilla del río para contemplar el planeta Marte. Poco a poco iban apareciendo quienes decían ser testigos de la presencia del animal, como en el caso de Juan Balgoma, antiguo empleado de la División Hidrológica que lo habría visto en la zona del río en que se estaban efectuando las obras de protección del Campo de la Verdad. Un arriero de nombre Rafael aseguraba haberlo contemplado aguas arriba del lavadero público situado más allá del Molino de Martos.




     El asunto del caimán pronto traspasó las fronteras de Córdoba y el diario sevillano La Unión, según afirmaciones de La Voz, publicaba un artículo de Ángel Bueno en el que se decía que el animal aparecido en nuestra ciudad habría sido avistado cerca de Sevilla. Sin embargo el periódico cordobés se hacía eco el día 6 de septiembre del avistamiento en nuestra ciudad:

     «..."Julifer" mismo, en persona, con sus dobles ojos y auxiliado por una linterna, lo ha visto en la noche última.
     Un guardia cercano le dijo a nuestro compañero que había visto al caimán asomar la cabezota.
     A "Julifer" lo acompañaban el redactor gráfico de LA VOZ, el gran "Canuto" y su indispensable botones, el pobrecito lleno de miedo.
     Eran las tres de la madrugada. Todo estaba tranquilo, aparentemente. El guardia se fué porque no podía abandonar el distrito. Adolfo Torres preparaba máquina, trípode y magnesio. "Julifer" con los ojos desmesuradamente abiertos quería meterse dentro del río. El niño se asía fuertemente a una de las dos columnas que tiene por piernas el querido colega.
     La emoción se mascaba. También casi se masca otra cosa que abunda mucho en la orilla de nuestro río Grande. Sono un pito, era sin duda un tren mixto que salía. Luego un coche donde iban unos juerguistas. Y de pronto... asoma el enorme caimán. Torres, con gran riesgo de su vida, sorprende con su objetivo al feroz saurio, y le tira tres magnesios. El caimanazo se pone mosca, mira a Canuto soez y cínicamente, retándole, y Adolfo ¡con los pelos de punta! se naja dejando al niño indefenso.
     "Julifer se queda petrificado y no puede ni pedir auxilio ¡No tiene lengua!
     Y el niño, a dos dedos de los colmillos, a punto de ser devorado, se arroja al Guadalquivir en busca de una alcantarilla.
     En la próxima semana verá el público las fotografías que Adolfo ha obtenido del caimán. Y entonces los pocos que no creen la existencia del mismo, se darán por vencidos.»


 
 

     El 13 de septiembre, una semana después como se había prometido, La Voz presentó en portada las imágenes del caimán, alabando en páginas interiores la increíble hazaña de "Julifer" y "Canuto". La broma, que había durado algo más de dos semanas haciendo quizás más llevadero el tramo final del verano cordobés, llegó a su fin y, tal como aparecieron, caimán y noticia desparecieron de las páginas del periódico.


RAFAEL EXPÓSITO RUIZ.
 




DOCUMENTACIÓN E IMÁGENES
- La Voz: diario gráfico de información. BIBLIOTECA VIRTUAL DE PRENSA HISTÓRICA.

martes, 14 de septiembre de 2021

El tranvía que nunca llegó a Córdoba

      En los años 70 del siglo XIX se planteaba en Córdoba la idea de establecer un servicio interior de transporte de pasajeros que poco a poco estaba llegando a otras ciudades de España. Madrid, Barcelona, Bilbao, Santander o Valencia ya comenzaban a contar con este servicio, y nuestra ciudad no quería quedarse atrás. En 1878 se barajaba la posibilidad de establecer uno que uniese la plaza de las Tendillas con la Estación Central, que dos años más tarde se pretendía que continuase hasta la recientemente construida en Cercadilla.

IMAGEN 1. El tranvía en la ciudad de Córdoba (Argentina).



     El proyecto se quedó en el aire y volvió a retomarse en 1881, año en que se hablaba de la creación de una compañía que establecería una línea de tranvía que, partiendo desde el Campo de San Antón, pasaría por las calles de Alfonso XII, plazuela de San Pedro, Don Rodrigo, Lineros, Lucano, San Fernando, Librería, plaza del Salvador, Alfaros, Puerta del Rincón y Campo de la Merced, para finalizar en la estación del ferrocarril.

IMAGEN 2. Calles por las que circularía el tranvía, sobre un plano de 1884.



     Parece que el proyecto contaba con el apoyo del Ayuntamiento, pero los años pasaban y el tranvía, que ya había hecho acto de presencia en otras ciudades andaluzas como Sevilla y que pronto lo haría en Málaga, no parecía que fuese a llegar nunca a Córdoba. La prensa local se hacía eco, en ocasiones con sorna, de esta situación:


«EL ÚLTIMO TRANVÍA.- El jueves se estrenó en el Teatro Lara en Madrid, el pasillo cómico de aquel título. En Córdoba no haría efecto el último tranvía. Porque no conocemos el primero.»
Diario de Córdoba, 7 de diciembre de 1884.
 

«NUEVA VÍA.- Adelantan con gran rapidéz los trabajos que se están llevando à cabo para la instalación del tranvía en Málaga. ¡Cuando podremos decir lo mismo en Córdoba!»
Diario de Córdoba, 5 de diciembre de 1889.
 

«¿SE HARÁ?.- Vuelve á decirse que una compañía extranjera se propone establecer en esta capital un tranvía de vapor, cuya circulación será por la ronda y principales caminos del radio de la población. Lo hemos de ver y todavía dudaremos.
Diario de Córdoba, 6 de mayo de 1896.


     El día 22 de junio de 1897 apareció publicada en el Boletín Oficial de la Provincia de Córdoba la petición de Benito Avilés Merino para establecer un tranvía de tracción animal, también llamado "tranvía de sangre", así como las condiciones para presentar otras peticiones de mejora con respecto a ésta con sus correspondientes proyectos. La propuesta del señor Avilés retomaba el antiguo itinerario que uniría la estación de ferrocarril con el Campo de San Antón aunque tres mese después, a petición del concejal Antonio Ortíz Carmona, se introdujo una modificación para llevar el tranvía a la zona centro de la ciudad, pasando ahora a recorrer las calles Colón, Gran Capitán, Gondomar, Duque de Hornachuelos, Diego León, Alfonso XIII y San Pablo.

IMAGEN 3. Modificación sobre el recorrido propuesto en 1881.



     El proyecto, con las modificaciones en el recorrido, fue aprobado el 29 de septiembre de ese mismo año por el Ayuntamiento presidido por José María Molina, y posteriormente por la Comisión Provincial. Pero el siglo XIX llegó a su fin sin que el tranvía apareciese por Córdoba. A mediados de 1907 el asunto fue puesto de nuevo sobre la mesa. La aprobación del ensanche de la entonces plaza de Cánovas, actualmente Tendillas, y la apertura de nuevas vías, representaba una oportunidad inmejorable para realizar de una vez por todas el tan deseado proyecto de conectar la parte alta de la ciudad con la baja a través de este medio de transporte, que hasta entonces no había sido posible por las estrechez de algunas calles. Para este fin el comerciante londinense Gerald T. Talbot, que llevaba un año estudiando esta posibilidad, propició la llegada a Córdoba en agosto de ese mismo año del ingeniero Sehoyn Grant para comprobar sobre el terreno la viabilidad del proyecto.

     Este nuevo intento era más ambicioso que los anteriores, y contemplaba la construcción de varias líneas. Una primera partiría desde la Estación Central y pasaría por las calles Gran Capitán, Gondomar, plaza de Cánovas, Diego León, Liceo, San Pablo, San Andrés, Realejo, Santa María de Gracia y Mayor de San Lorenzo, finalizando en la plaza del Corazón de María. Desde la misma estación partiría la segunda línea, continuando por el Pretorio, Campo de la Merced, Puerta del Rincón, Alfaros, plaza del Salvador, Ayuntamiento, Librería, San Fernando, Carrera del Puente, Torrijos, Cardenal Herrero y Magistral González, enlazando de nuevo con la Carrera del Puente. Desde la Cruz del Rastro partiría un ramal que continuaría por la Ribera, si no fuera posible por las calles Lucano, Lineros, Don Rodrigo, Agustín Moreno, saliendo por la Puerta de Baeza y continuando por la ronda hasta entrar por la calle Alfonso XII hacia Vizconde de Miranda, plaza de San Pedro, Poyo, Plaza del Mercado y Espartería, enlazando con la línea número 2 a su paso por las calles Ayuntamiento y Librería.

IMAGEN 4. Líneas del futuro tranvía sobre un plano de 1920.



     La iniciativa contaba con la aprobación del entonces alcalde Antonio Pineda de las Infantas y Castillejo, además de con la participación y asesoramiento del ingeniero cordobés José Galán Benítez. Año y medio después, en abril de 1909, el magnate londinense Clifton Robinson y el director de una agencia inglesa de minas Alfredo Carrasco se reunieron con el alcalde para seguir impulsando el establecimiento del tranvía en nuestra ciudad. Sin embargo, el 30 de junio de 1913 y tras permanecer paralizado desde febrero de 1910, el expediente que se había iniciado con la petición de Benito Avilés Merino fue declarado caduco mediante Real Orden y se procedió a su archivo, devolviéndose las 1.500 pesetas de depósito que garantizaban la concesión. El señor Avilés inició entonces un pleito contra dicha orden que fue desestimado en 1917.

     El año 1920 trajo consigo un nuevo intento, esta vez por la Sociedad Electro-Mecánica, para establecer una línea de tranvía eléctrico que, partiendo desde la plaza de Colón, continuase por la avenida de Canalejas, Paseo del Gran Capitán, Paseo de la Victoria y Medina Azahara, continuando por la carretera de Córdoba a Palma del Río para finalizar en el barrio obrero creado en torno a la fábrica establecida por dicha sociedad, lo que los cordobeses de a pie conocen por "la Letro". El Gobierno Civil dispuso en marzo de 1921 la instrucción y trámite del expediente informativo para establecer esta línea de tranvía, recibiendo días más tarde la autorización de la Dirección General de Obras Públicas al haber finalizado el plazo destinado a presentar otros proyectos o modificaciones sobre el primero. La finalidad de esta línea no pretendía resolver la necesidad de transporte en el interior de Córdoba, y en realidad se trataba de un intento de acercar a los trabajadores desde la ciudad a la fábrica, ya que no todos vivían en el barrio recientemente creado, y sin embargo, como los proyectos anteriores, este tampoco se llegó a realizar.

IMAGEN 5. Vista aérea de Electromecánicas en 1953.



     El sueño de un tranvía en nuestra capital se difuminaba. En la prensa se lamentaban de que en Córdoba «no se conoce el tranvía más que por los fotograbados de los periódicos ilustrados»,  y negocios como los "Almacenes de Calzados La Ideal", situados en el número 7 de la calle Reloj, anunciaban con guasa sus productos como "los Tranvías en Córdoba". Mientras tanto, capitalistas cordobeses se reunían en el Círculo Mercantil para debatir sobre el proyecto de establecer un servicio de autobús en la capital.

      Y los años pasaron y el tranvía no llegó. Ni siquiera en fechas más recientes, cuando Herminio Trigo, Rafael Mellado o Rosa Aguilar creyeron en diferentes momentos que al fin el sueño se haría realidad, se consiguió instalar el tranvía en nuestra ciudad. No existen muchas ciudades que posean la riqueza histórica y la importancia que tuvo Córdoba en otras épocas, pero en demasiadas ocasiones o llega tarde o nunca llega. Como el tranvía.


Rafael Expósito Ruiz.




DOCUMENTACIÓN
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.

IMÁGENES
- Imagen 1: geocba.wordpress.com
- Imagen 5: Vista aérea realizada por el Ejército del Aire. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.

martes, 7 de septiembre de 2021

Los urinarios de las Tendillas

      El 14 de enero de 1924 se aprobó el presupuesto para la demolición del edificio ocupado por el Hotel Suizo, dejando así vía libre al ensanche definitivo que daría a la primitiva plaza de las Tendillas el tamaño que actualmente tiene y posibilitando su conexión con la calle Claudio Marcelo. Las posteriores alineaciones de las calles circundantes y la construcción de nuevos e imponentes edificios convertirían a la plaza en el centro neurálgico de la ciudad y, como tal, necesitaba una serie de comodidades de las que carecía, en concreto un servicio indispensable en aquellos tiempos para los ciudadanos: los urinarios públicos.

     Hacía tiempo que, a la vista de la reforma proyectada, se venía sugiriendo en la prensa local la necesidad de construir dichos "evacuatorios", y la solución más práctica según la mayoría de los diarios era aprovechar el sótano del Hotel Suizo. Este sótano, según lo publicado el 10 de noviembre de 1924 por el diario La Voz, era «una espléndida construcción de setenta metros de larga por cinco de ancha y tres y medio de alta, que tiene cubierta traslúcida a nivel de la plaza de las Tendillas, formada de vidrios sobre viguetas sostenidas por cinco columnas de hierro».

Imagen 1. La plaza de las Tendillas tras el derribo del Hotel Suizo y antes de la construcción de los urinarios.



     En marzo del año siguiente el teniente de alcalde, José Eguilior de Hoces, manifestaba a la prensa la disposición del ayuntamiento de consignar una importante partida en los próximos presupuestos para la construcción de evacuatorios, inicialmente uno en el paseo de la Victoria y otro en las Tendillas, este último aprovechando el mencionado sótano. Seguramente las previsiones de la corporación municipal fueron excesivamente optimistas y la construcción no pudo llevarse a cabo. Dos años más tarde, en julio de 1927, aparecía en la prensa el anuncio de que finalmente se iban a construir los evacuatorios en la plaza, aunque en esta ocasión se hablaba de dos, uno frente al nuevo edificio de Telefónica y otro «en la línea frontera, correspondiente a la casa de don Manuel Enríquez». Un mes más tarde la Alcaldía publicaba la convocatoria de contratación en subasta pública para la construcción de ambos, adjudicándose finalmente a Rafael Iznardi Alzate por la cantidad de 126.576 pesetas.

Imagen 2. Urinarios para señoras, junto al edificio de Telefónica.



     El 21 de julio de 1929 se inauguraron los urinarios para señoras, situados ante el edificio de Telefónica, los cuales según la prensa estaban «admirablemente presentados, lujosos, cómodos e higiénicos y en ellos se han provisto todas las circunstancias del servicio a que se les destina. Al cuidado de ellos se encuentran dos mujeres, funcionarias municipales, atentas al servicio del público femenino». Los urinarios correspondientes a los caballeros se demoraron algunos meses más, siendo inaugurados finalmente el día 9 de septiembre.

Imagen 3. Entrada a los urinarios de caballeros, junto al quiosco de prensa.



     La vida útil de estos urinarios se alargó al menos hasta los años ochenta y, junto a los aseos de Simago, aliviaron las necesidades de muchos cordobeses en sus paseos por el centro de Córdoba. Finalmente, tras haber permanecido clausurados en su recta final ante el abandono y la falta de higiene, fueron eliminados tras la remodelación de la plaza de las Tendillas de 1999.


Imagen 4. Los urinarios para caballeros cerrados, un año antes de su desaparición.



Rafael Expósito Ruiz.




DOCUMENTACIÓN
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.

IMÁGENES
- Archivo Municipal de Córdoba.