Hay una calle en Córdoba que consigue abrirnos el apetito y no es otra que la calle Queso. Por desgracia no se encuentra cerca de la calleja Pan y Conejo, porque si no tendríamos el almuerzo resuelto. Pero vamos a centrarnos que al final nos va a entrar hambre de verdad.
La calle Queso se encuentra enclavada en el barrio de San Lorenzo, perteneciente a la antigua zona de la Axerquía. Parte desde la calle María Auxiliadora y finaliza en la calle Frailes, y su existencia está documentada desde la primera mitad del siglo XV. Tiene una peculiaridad y es que, junto con las calles Ciegos y Horno del Agua forma una cruz, motivo por el que antiguamente se conoció a esta zona como la Cruz de San Lorenzo. Este último dato lo aporta Teodomiro Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba, añadiendo únicamente acerca del origen de su nombre que lo tomó en el siglo XVII de la fabricación de este alimento.
Calle Queso en el plano de 1811 del Barón Karvinski. |
Hay sin embargo una versión más romántica acerca del hecho que dio origen a esta denominación, y que fue publicada el día 10 de agosto de 1943 en un artículo del diario CÓRDOBA firmado por Javier Vázquez del Prado. La historia, que el escritor asegura que es verídica, sería la siguiente:
Alrededor del año 1690 vivía en una casa señorial de esta calle un viejo hidalgo de nombre Nuño de Nuja y Lozano de Cabrera. Sobre el portalón de entrada de dicha casa lucía un escudo con espadas cruzadas sobre un tablero de ajedrez y un lema en latín cuya traducción sería "Valor, inteligencia, perseverancia". Don Nuño había quedado viudo tras fallecer su mujer al dar a luz a la hija de ambos, una niña de nombre Isabel que se convirtió con el tiempo en una bellísima joven como lo había sido su madre. La muchacha no salía nunca de casa, a excepción de las ocasiones en que asistía temprano a misa acompañada de su ama de cría, una mujer bizca y malparecida de nombre Manolita. Estas excasas salidas al exterior bastaron para que un joven se enamorase de ella. Se trataba de Rafael Benjumea, y vivía en una casucha al fondo de la calle, donde hacía dulces, vendía leche y fabricaba unos riquísimos quesos que eran famosos en todo el barrio.
Entrada a la calle Queso desde la de María Auxiliadora. |
No se sabe de qué manera Rafael e Isabel llegaron a entablar conversación, pero pasó que la muchacha acabó enamorándose a su vez del pobre quesero. Nada de esto llegó a oídos de don Nuño, quien pretendía casar a su hija con el marqués de Ocaña, persona decrépita y desagradable que causaba auténtica repulsa en Isabel. Mientras tanto Rafael, que no estaba dispuesto a renunciar a su amada, comenzó a entrar en casa de don Nuño con la excusa de vender los quesos que fabricaba. El viejo sin embargo era bastante tacaño y, ante la negativa a comprar ninguno de ellos, Rafael acabó ofreciéndoselos como una especie de muestra gratuita, aún a pesar de que el dinero no le sobraba precisamente. Pronto se aficionó don Nuño a todas las variedades de queso que Rafael le traía, más aún cuando el muchacho continuamente le aseguraba que los elogios hacia su producto, además de garantizarle nueva clientela, eran suficiente pago para él.
Esquina de las calles Queso y Ciegos. |
De esta manera Rafael conseguía poder ver e incluso cruzar algunas palabras con la joven Isabel, pero el tiempo y el dinero se le acababan, y decidió que era ya hora de actuar. La suerte se puso de su lado presentándole una ocasión que no podía desaprovechar. Don Nuño, que había invitado al marqués de Ocaña a cenar, lo hizo llamar para que le facilitase más muestras de su sabroso queso con las que obsequiar a su invitado. Rafael no sólo aceptó, sino que se ofreció a dirigir la cena y a servirla él mismo. La velada fué todo un éxito y tanto don Nuño como el marqués alabaron sus habilidades culinarias, en especial el queso de oveja que se sirvió de postre, lo cual aprovechó el joven para hablarles de un rico manjar que un amigo suyo había aprendido a preparar en la India, y que estaría preparado en una hora para ellos siempre que contase con la ayuda de unas manos habilidosas, pues el plato tenía su complicación. Don Nuño aceptó y ordenó a su hija Isabel que ayudase a Rafael en la preparación y, mientras los jóvenes se marcharon a la cocina, él y el marqués comenzaron una partida de ajedrez. Debió de ser muy disputado y absorvente el juego puesto que ninguno de los dos escuchó cómo el coche de caballos del marqués se alejaba a toda prisa.
Una vez que había pasado la hora que Rafael marcó para la preparación del plato, apareció el ama Manolita con un pequeño queso sobre una bandeja, pero cuando los dos ajedrecistas fueron a probarlo descubrieron que se trataba únicamente de la corteza exterior del queso hábilmente separada y bajo la cual había un papel en la que el joven le comunicaba su huida con Isabel. De nada sirvió la cólera de don Nuño pues aunque salió en su búsqueda no consiguió encontrarlos. Rafael e Isabel acabaron casándose y se instalaron en Sevilla. Con el tiempo, don Nuño acabó aceptando la situación y, tras perdonarlos, se reunió con ellos para así poder seguir degustando su postre favorito.
¿Historia real o ficción? Las leyendas no son otra cosa que hechos reales excesivamente adornados, y algunas veces demasiado distorsionados, y la tomemos en serio o no, ésta es una más de las historias que enriquecen el folklore de nuestra ciudad y que hay que recordar de vez en cuando.
Rafael Expósito Ruiz.
DOCUMENTACIÓN
- Noticias extraídas del diario CÓRDOBA (años 1940 a 1970), recopiladas por Ildefonso López García-Sotoca. RED MUNICIPAL DE BIBLIOTECAS.
- Paseos por Córdoba, TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
IMÁGENES
- Sección del Plano de Córdoba de 1811, del Barón Karvinski o "de los franceses". RED MUNICIPAL DE BIBLIOTECAS.
- Fotografías realizadas por el autor.