domingo, 7 de febrero de 2021

El crimen de San Andrés

      Corría el siglo XVII. Era una bonita mañana de abril en los Marmolejos, nombre que designaba a la zona comprendida entre la desaparecida plaza del Salvador y la confluencia de las actuales calles Diario de Córdoba, Espartería  y Claudio Marcelo, en los límites de la antigua Collación de San Andrés. La calle estaba concurrida, y el bullicio y el trasiego eran constantes. Muchas hortelanas tenían sus puestos allí montados; mujeres con la cesta al brazo compraban hortalizas, otras casadas y algunas jóvenes solteras compraban rosas y claveles mientras los hombres las cortejaban. En frente del Ayuntamiento, junto al callejón del Galápago, tenía su tienda un sastre de apellido García, en el portal de una humilde casa que solo tenía además una sala y una cocina miserable.


Imagen 1. Fotografía antigua de la zona en la que se encontraba la sastrería, en la actual calle Capitulares.


     De repente la muchedumbre comenzó a revolverse junto a la sastrería; unos huían despavoridos mientras otros se acercaban con el fin de averiguar la causa de tal alboroto. Habían llegado ya los alguaciles que se encontraban en las cercanías cuando, de entre el tumulto, salió corriendo un hombre que llevaba en la mano derecha un puñal ensangrentado. Los agentes de la autoridad corrieron tras él mientras la gente que se había quedado junto a la sastrería descubría tirado en el suelo de la misma al sastre García, con una herida en el pecho de la que no dejaba de salir sangre. Aún seguía con vida cuando el párroco, probablemente de la iglesia de San Pablo que estaba a escasos metros de la sastrería, se acercó al lugar para administrarle la extremaunción, tras lo cual falleció. 

     Tras una agotadora carrera, el presunto asesino había conseguido llegar hasta la iglesia de San Andrés sin que sus perseguidores consiguieran atraparlo. Se trataba de un hombre llamado Luis, amigo del sastre y también de la bebida. Solía ir todos los días borracho a la tienda de García a importunar a los clientes, por lo que este, cansado ya del deplorable comportamiento de su amigo, le había dicho esa misma mañana que no quería verlo más por allí. El tal Luis salió del local y volvió al rato con un puñal con el que atravesó el pecho del sastre. Después de dejar atrás a los alguaciles entró en la iglesia. En aquellos tiempos en que la justicia divina pesaba tanto o más que la humana, incluso los asesinos podían recibir asilo en suelo sagrado sin que alguien pudiese hacer nada al respecto. Mientras tanto el cuerpo del fallecido, que por la estrechez de la casa en la que vivía no podía quedarse allí para ser velado, fue llevado casualmente al mismo lugar donde se había refugiado su asesino.


Imagen 2. Iglesia de San Andrés a principios del siglo XX.


     La iglesia estuvo abierta todo el día, con el cadáver de García colocado en el centro, sobre una mesa cubierta con un paño negro. Luis deambulaba de un lado para otro, dormitando a ratos en un banco, rezando en algún rincón, mientras el remordimiento por el crimen le estaba haciendo mella. Llegó la hora de cerrar las puertas del templo y de retirarse el sacristán a sus habitaciones, por lo que aconsejó a Luis que lo acompañara a pasar la noche. Pero este no se fiaba de que dichas habitaciones tuvieran la consideración de sagradas y, pensando que ellas podrían detenerlo, optó por permanecer dentro de la iglesia.

     Intentó dormir, pero las imágenes del sastre cayendo con el pecho ensangrentado lo martirizaban, y el ir y venir de un lado a otro pensando en la muerte que le esperaba cuando lo atrapasen hizo que comenzase a ver y oir cosas raras. Voces pronunciando su nombre, ruido de armas entrando por las puertas e incluso las luces de los faroles que llevaban los integrantes de la ronda nocturna comenzaron a aparecer ante sus ojos; en su imaginación, las estatuas de los santos parecían moverse y los esqueletos salían de fosas abiertas a sus pies. Solo una cosa permanecía inmóvil y era el cadáver de García, pero mientras Luis descansaba apoyado en una columna, exhausto por el tormento que estaba padeciendo, vió como el fallecido salía lentamente del ataúd y se dirigía hacia él.

     Luis se quedó petrificado mientras el muerto seguía caminando en su dirección y, cuando estaba a punto de llegar a su lado, sacó fuerzas de donde no las tenía y echó a correr por la iglesia. El muerto comenzó a correr tras él, y así estuvieron un rato sin parar asesino y asesinado. De vez en cuando este último se detenía, se llevaba las manos al pecho y se abría la herida de la que comenzaba a manar sangre; luego continuaba con la persecución. En una de las tantas vueltas que le dieron a la iglesia, Luis vio abierta la puerta que daba acceso al campanario y corrió escaleras arriba. Pensaba que arriba estaría a salvo, pero se dio cuenta de que no tenía salida. El muerto subía por las escaleras y Luis no tenía más alternativa que lanzarse al vacío desde la torre o dejarse atrapar por el sastre.


Imagen 3. Torre-campanario de la iglesia. 


     La casualidad hizo que el desdichado asesino encontrase una cuerda en un rincón del campanario, así es que ató uno de sus extremos a la balaustrada y comenzó a deslizarse por ella a la calle. Pero la cuerda era demasiado corta y aún le faltaban algunos metros para llegar al suelo, por lo que se quedó suspendido en el aire y balanceándose sin saber si saltar o trepar hacia arriba de nuevo. Pero el muerto, que ya había llegado al campanario, comenzó a bajar a su vez por la cuerda y el asesino, sin fuerzas ya para mantenerse agarrado, abrió las manos y cayó a la plaza resultando malherido. Una ronda nocturna que pasaba por allí se acercó al ver un bulto en el suelo y, al reconocer a Luis y al no encontrarse ya en suelo sagrado, se lo llevaron al calabozo.

     A la mañana siguiente el obispo fue a reclamar que le entregasen al detenido, puesto que el sitio al que había caído formaba parte del templo, pero el Corregidor se negó alegando que fuera de los muros de la iglesia no existía el derecho de asilo. Como ninguno de los dos daba su brazo a torcer, decidieron ponerlo en conocimiento del Rey para que este decidiera a favor de una de las partes. Pero pasaba el tiempo y el Rey no había dado aún contestación, así es que el Corregidor finalizó el juicio que había iniciado contra el asesino e hizo que lo ahorcasen. Después dejó su cuerpo sin vida en una sepultura para que descansase mientras el Rey tomaba su decisión.

     Y esta es la historia de cómo, después de muerto, el sastre García consiguió que su asesino abandonase la seguridad de la iglesia para acabar cayendo en las manos de la justicia, esta vez de la humana.


Rafael Expósito Ruiz.



BIBLIOGRAFÍA
- Paseos por Córdoba, 1873-1877. TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
- Cuentos y Tradiciones, 1895. RAFAEL RAMÍREZ DE ARELLANO.

IMÁGENES
- 1: Fotografía subida por Lolo Córdoba al grupo de Facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES.
-2: Fachada y torre de la iglesia de San Andrés. FO/A 0198-684/F1034, Colección Luque Escribano. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
-3: Imagen de Google Earth.

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