Hubo un tiempo en que no existía internet. Sí, ya sé que es difícil de creer pero es cierto. Ni Google, ni Wikipedia ni móviles 5G. La información que tan al alcance de la mano tenemos hoy en día, a veces creo que demasiada, no era tan accesible al común de los mortales, y la única red social de la época era el boca a boca. De esa manera las noticias y sucesos del día a día iban pasando oralmente de unos a otros, de generación en generación, adornándose a cada paso que daban con añadidos que eran fruto de la imaginación de las gentes que los trasmitían, y poco a poco fueron formando parte de la tradición de las ciudades. Son historias que deambulan entre la realidad y la fantasía, al fin y al cabo una leyenda no es sino un hecho histórico con adornos.
Como muestra de la gran cantidad de este tipo de historias que engrosan el folclore cordobés me gustaría compartir un suceso que desconocía y que recientemente he descubierto, como no, escudriñando en internet.
Fachada del antiguo Hospital de la Lámpara, a mediados del siglo XX. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA. |
Hace algunos siglos vivió en nuestra ciudad un militar catalán llamado Don Pedro Ferragut. Estaba casado con una dama cordobesa con la que tuvo varios hijos, y todos ellos habitaban en una calleja aledaña al Hospital de la Lámpara, en una casa que hacía esquina. Ya en edad avanzada, Don Pedro enviudó tras una grave enfermedad de su mujer, quedándose sólo al cuidado y educación de sus hijos. El menor de ellos, llamado Antonio, era lo que hoy en día conocemos por un "nini" (ni estudia ni trabaja), holgazán, mal hablado y lleno de vicios que su padre no supo o no pudo frenar. Pero no era tonto el muchacho y, para no perder el dinero que su padre le daba a modo de paga, decidió adoptar el papel de hijo bueno y sumiso. Al menos durante el día, ya que por las noches se escapaba descolgándose con una cuerda por una de las ventanas de la casa. En la calleja lo esperaban sus amigotes, balas perdidas igual que él, con los que se dedicaba a visitar toda clase de tabernas y garitos, teniendo especial aprecio por las casas de juego, donde en poco tiempo comenzó a acumular deudas que no era capaz de saldar.
Situación de la calleja y el Hospital en el plano de Casañal de 1884. |
Asustado ante la posibilidad de que en su casa se enterasen de cuanto dinero llevaba perdido en el juego, no se le ocurrió otra cosa que "tomar prestados" los ahorros de su padre con la idea de reponerlos más tarde, una vez que se hubiese recuperado de sus trampas. Con esa determinación se fue a jugar y, aunque al principio le sonrió la suerte, acabó perdiéndolo todo a manos de un tal don Lope de Figueroa. Angustiado por este revés comenzó a deambular por las calles con la idea de suicidarse, pero llegando al barrio de San Andrés vio cómo don Lope se dirigía de vuelta a su domicilio y decidió seguirlo. A la altura de un puentecillo en la calle de los Álamos lo asaltó y de una puñalada acabó con su vida. Tras robarle todo lo que éste le había ganado en el juego, abandonó el cuerpo en el arroyo al que había caído y, cerciorándose de que nadie lo hubiera visto, se marchó a la casa de su padre, donde lo primero que hizo fue devolver a su sitio el dinero que se había llevado.
Calles Álamos y Arroyo de San Andrés en el plano de 1884. |
La ansiedad y la culpa por lo que acababa de hacer no lo dejaron pegar ojo en toda la noche ni en las siguientes, y poco a poco fue encerrándose en sí mismo. Ya no salía por las noches, y durante el día parecía más un alma en pena que otra cosa, apenas hablaba y siempre estaba triste. Pero el tiempo pasó y, como las autoridades no habían sido capaces de esclarecer el crimen, Antonio pensó que estaba a salvo y comenzó a recobrar el ánimo. Desde su ventana en la calleja, en la casa de enfrente, veía a una muchacha a la que intentaba engatusar con sus bromas, pero ésta no le hacía el más mínimo caso. Pronto se aburrió y dejó de intentar cortejarla y como también estaba cansado de que su padre estuviera todo el día tras él intentando que encontrase un trabajo honrado, decidió meterse a fraile en el Convento de San Francisco.
Arco de entrada a la Iglesia de San Francisco. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA. |
Todo parecía ya olvidado pero no para dos primos de Lope de Figueroa que, en un intento de esclarecer su asesinato, comenzaron a indagar hasta que se enteraron de la partida en la que Antonio Ferragut había perdido tanto dinero a manos de su pariente e, interrogando a personas que eran habituales en la casa de juegos donde se había celebrado, llegaron a la conclusión de que había sido él quién acabó con la vida de su primo para robarle. Antonio, mientras tanto, no se había olvidado de su vecina, y convenció al muchacho que trabajaba en la huerta del convento para que le llevase en secreto una carta a ésta declarándole su amor y prometiéndole abandonar los hábitos para casarse con ella. El muchacho, que no era demasiado espabilado, cogió la carta y se la enseñó a su madre, que daba la casualidad de que servía en la casa de los primos de Figueroa. Cuando éstos se enteraron hicieron que el joven le llevase al fraile una carta que ellos mismos escribieron haciéndose pasar por la vecina, y aunque la oferta de matrimonio no era aceptada por "ella", sí le hacía entrever que había esperanzas. Tras intercambiar varias cartas Antonio recibió una en la que se le decía que fuese a verla de noche y que le echaría una cuerda por la ventana para que él pudiese entrar en la casa.
Esa misma noche, el fraile enamorado saltó desde la huerta del convento a una casa deshabitada de la calle Armas y desde allí se dirigió a la calleja donde su amada supuestamente le esperaba. Pero los primos del muerto, con un poder adquisitivo capaz de hacer que el padre de la vecina, al que alojaron en otro lugar junto a su hija, les dejase la casa vacía, eran los que en realidad lo estaban esperando. Cuando llegó bajo la ventana le echaron la cuerda y éste subió rápidamente, pero cuando ya estaba arriba lo sujetaron y le taparon la boca para que no gritase, y con la misma cuerda con la que había subido lo ahorcaron apretándola contra su garganta, mientras uno de ellos decía: "Así muere el miserable asesino de don Lope, ladrón, traidor y cobarde." Después lo dejaron colgado en la fachada a la vista de todo el mundo, con un letrero en el pecho en el que se leía: ¡Por asesino y ladrón, para escarmiento de infames!".
Calle Armas. La línea de fachadas del lado izquierdo se correspondería con la parte trasera del Convento de San Francisco. FOTOTECA DEL PATRIMONIO HISTÓRICO. |
A la mañana siguiente, al escuchar Pedro Ferragut los gritos de aquellos que habían descubierto el cadáver, acudió para toparse con la visión de su hijo colgado. La impresión por el hallazgo y la pena hicieron que el militar acabase muriendo al poco tiempo, no sin antes haber dejado escrito en su testamento que se colocase en aquel sitio un cuadro con la imagen de San Antonio y un farol que lo alumbrase. Desde entonces la gente comenzó a llamar a esta calleja como la del Mal Fraile.
En la actualidad apenas queda rastro de los lugares en que se desarrollaron los acontecimientos. El trazado de la calle Álamos es prácticamente el mismo aunque su nombre ha cambiado por el de Enrique Redel y el puentecillo que salvaba el arroyo de San Andrés hace tiempo que desapareció; del convento de San Francisco tan sólo queda hoy la Iglesia y parte del claustro, reconvertido en plaza en 1982; de la Ermita del Amparo, donde se ubicaba el Hospital de la Lámpara, únicamente podemos contemplar a día de hoy su fachada, espadaña incluida, y un azulejo que recuerda su función como hospital; el cuadro de San Antonio y el farol fueron retirados en el siglo XIX, cuando por mandato de las autoridades se eliminaron de las calles imágenes y cruces; y finalmente, la calleja del Mal Fraile, aquella donde vivieron Antonio Ferragut y su vecina, y donde el primero encontró la muerte, desapareció a mediados del siglo XX y está en la actualidad sepultada bajo un edificio de viviendas que corresponde a los números 5 y 7 de la calle Amparo.
Trazado aproximado de la calleja sobre el plano del Catastro. |
Rafael Expósito Ruiz.
DOCUMENTACIÓN
- Romances histórico-tradicionales de Córdoba. TEODOMIRO RAMÍREZ DE ARELLANO.
Que maravilla. No la conocía, gracias!!!
ResponderEliminarGracias a tí por ser mi fan número 1. Me alegra que te haya gustado.
EliminarMuchas gracias por este magnífico blog. Me encanta. Esta historia no la conocía¡¡¡
ResponderEliminarGracias a ti Raqueru por leerme. Hay muchísimas historias más como ésta en el blog para que las disfrutes.
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