martes, 25 de mayo de 2021

Una cordobesa en la Armada Española del siglo XVIII

      Hasta hace tan solo 33 años el acceso de las mujeres a las Fuerzas Armadas estaba totalmente vetado. Fue el Decreto Ley 1/1988, de 22 de febrero el que posibilitaría su acceso, aunque únicamente a 24 cuerpos y escalas, entre las que se encontraban los relacionados entre otros con la jurisprudencia, la ingeniería, la sanidad o la música. Aunque fuera un primer paso, tenía un tufillo bastante machista: las mujeres podían ser enfermeras del ejército o directoras de la banda de música, pero no podían entrar en cuerpos como el Paracaidista o la Legión, ni participar en acciones de desembarco, dotaciones de submarinos ni de buques menores. No sería hasta 11 años después, en mayo de 1999, cuando una nueva ley consiguiera la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, permitiendo el ingreso a todos los cuerpos y escalas de las Fuerzas Armadas sin distinción de sexo, estableciendo como límites únicamente la edad o las condiciones psicofísicas. Todo esto suena bastante bien sobre el papel, pero habría que preguntarles a ellas si esta igualdad se ajusta a la realidad o no.

     Pero estamos ya en pleno siglo XXI y, como dije al principio, solo han pasado 33 años de ese tímido primer paso. En los siglos pasados, para que una mujer pudiese ingresar en cualquier ejército tenía que hacerlo disfrazada de hombre, con los consiguientes riesgos en caso de que fuera descubierta. Y en el caso de la Armada la cosa se complicaba: había que tener mucha valentía y fuerza de voluntad para pasar meses en un barco rodeada de decenas de hombres, comiendo, durmiendo y haciendo sus necesidades junto a ellos, rodeada únicamente de agua y sin ningún lugar al que escapar en caso de necesidad.

IMAGEN 1. Retrato de Ana María.
     Entre estas mujeres que antepusieron su voluntad a sus miedos, se encontraba la cordobesa Ana María de Soto. Había nacido el 16 de agosto de 1775 en Aguilar de la Frontera, de padre montillano y madre aguilarense, y fue bautizada en la parroquia de Santa María de Soterraño bajo el nombre de Ana María Antonia de Soto y Alhama. Con tan solo 18 años se alistó en la Sexta Compañía del 11º Batallón de Infantería de Marina, usando para ello el nombre de Antonio María y declarando tener 16 años para que la ausencia de vello facial no la delatase. A bordo de la fragata Mercedes participó en 1794 y 1795 en las defensas de Bañuls y Rosas, en el marco de la guerra contra la Convención francesa. Dos años más tarde participaría en la batalla naval del Cabo San Vicente, desastrosa para la Armada española, que terminó refugiándose en Cádiz. Una vez allí, tuvo que participar en la defensa de la ciudad y su bahía ante el asedio de las fuerzas inglesas que los habían derrotado en San Vicente, al mando del vicealmirante John Jervis y el contralmirante Nelson. En esta ocasión fueron los ingleses quienes no tuvieron más remedio que retirarse.

     Pasadas las hostilidades Ana María volvió a embarcarse, esta vez en la fragata Matilde. Allí pasó algo más de un año, pero una enfermedad que le provocaba unas fiebres terribles hizo que se descubriese su condición de mujer tras el reconocimiento médico. Una vez recibida esta noticia por el general Mazarredo el 7 de julio de 1798, este ordenó que Ana María fuese desembarcada inmediatamente, recibiendo la licencia absoluta el 1 de agosto siguiente. Por Real Orden le fueron concedidos dos reales de vellón diarios en pago a sus servicios, además de poder usar sobre sus ropas femeninas los colores propios del uniforme de Marina. A finales de ese mismo año, el 4 de diciembre, le fue concedido el grado de sargento de los Batallones de Marina, con el consiguiente sueldo.

IMAGEN 2. Vista antigua de la calle La Corredera,
 en Montilla.
     Aunque regresó inicialmente a Aguilar de la Frontera, tiempo después se trasladó a Montilla, pueblo del que era originario su padre, donde desde 1799 regentaría un estanco ubicado en una plaza que podría tratarse de la actual de la Inmaculada o la del Sotollón. El sueldo que acompañaba al cargo de sargento recibido tras su licencia de la Marina no siempre era recibido, y su pago tuvo que ser reclamado al menos en dos ocasiones, en los años 1809 y 1813.

     Tras una juventud aventurera y una madurez de tranquilidad ganada a pulso, Ana María Antonia de Soto y Alhama murió el 4 de diciembre de 1833, cuando contaba con 58 años, en su domicilio de la calle La Corredera. Hacía tan solo dos semanas que había hecho testamento en el que, además de las consabidas instrucciones sobre su enterramiento y misas que se le debían de dar, nombraba como única heredera a Antonia Pérez de Luque, a la que al parecer había acogido y criado en su casa desde 1804. Se desconoce el lugar exacto donde reposan los restos de una mujer de cuyo aspecto solo sabemos que era de pelo castaño y ojos pardos, y cuya historia permanecía escondida entre miles de legajos, quizás junto a las de otras muchas pioneras que se atrevieron a desarrollar trabajos a los que tan solo los hombres tenían acceso.



Rafael Expósito Ruiz.





DOCUMENTACION
- La historia secreta de la cordobesa que se hizo pasar por hombre para ingresar en la Armada en 1793. Carmen Reina. CORDÓPOLIS.
- La primera mujer española Infante de Marina: Ana María de Soto y Alhama (1775-1833). Dra. Alicia Vallina Vallina.
- Una mujer entre las tropas de Marina del siglo XVIII: Ana María de Soto y Alhama. Luis Solá Bartina.

IMÁGENES
- Imagen 1: Retrato de Ana María de Soto y Alhama realizado por Amparo Alupez. MUSEO NAVAL DE SAN FERNANDO.
- Imagen 2: Fotografía de la calle La Corredera. M. González.

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