sábado, 27 de noviembre de 2021

Cuando el obispo "okupó" la Sinagoga

      Quizás algunos no lo sepan pero la Sinagoga es el segundo monumento más visitado de Córdoba después de la Mezquita-Catedral. Situada en el número 20 de la calle Judíos, como no, es la única Sinagoga del siglo XIV que se conserva en Andalucía y una de las tres únicas que existen en España. Fue construida en el año 1314 por Yishaq Moheb y, bajo la tolerancia que monarcas como Alfonso X, Fernando IV, Alfonso XI o Pedro I venían mostrando hacia el pueblo hebreo, estuvo en funcionamiento hasta que las buenas maneras se transformaron en odio con los Reyes Católicos. Cuando fueron expulsados de España en 1492 se les permitió vender sus bienes antes de marcharse con la excepción de las Sinagogas, que más tarde serían usadas por la versión cristiana del mismo dios que estaban expulsando.


IMAGEN 1. Sala de Oración, Atrio, Galería de Mujeres y Patio Exterior de la Sinagoga.


 
     El edificio abandonado quedó entonces en manos del Estado, que lo destinó primero para albergar el Hospital de Hidrófobos, que era como se llamaba a las personas que habían contraído la rabia, bajo la advocación de Santa Quiteria, y más tarde para residencia de la cofradía de los miembros de "obra prima de Zapatería" para que realizasen allí sus juntas y las fiestas de su cofradía, esta vez en nombre de San Crispín y San Crispiniano.

     Con el paso del tiempo el recuerdo de la existencia de una Sinagoga en nuestra ciudad parecía haberse ido diluyendo en la memoria de los cordobeses, oculta ahora bajo capas de cal, imágenes de santos y demás parafernalia cristiana, e incluso entre algunos eruditos de la época como lo demuestra el hecho de que Luis Ramírez de las Casas-Deza no la incluyera entre los monumentos notables de Córdoba en el catálogo que confeccionó a petición de la Comisión de Monumentos para el Gobierno, como tampoco Luis Maraver Alfaro en su "Guía de curiosidades cordobesas" de 1866.


IMAGEN 2. Aspecto de la Sinagoga en torno a 1920-30.



     Sin embargo en 1877, durante unas obras de adecentamiento del edificio emprendidas por el Padre Mariano de Párraga para las que se tuvo que retirar el retablo de Santa Quiteria, aparecieron una serie de inscripciones hebreas entre las que más tarde, en 1884, se encontraría la fecha de construcción de la Sinagoga. Los esfuerzos de Rafael Romero Barros y del arqueólogo y epigrafista Fidel Fita y Colomer lograron que el 24 de enero de 1885 fuera declarada Monumento Nacional, emprendiéndose entonces una restauración a costa del Estado y quedando bajo la custodia de la Comisión de Monumentos de Córdoba.


IMAGEN 3. Inscripción fundacional de la Sinagoga.



     Durante quince años tanto los obispos de Córdoba Ceferino González como Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros respetaron la validez de dicha resolución, sin embargo el sucesor de ambos, el pozoalbense José Proceso Pozuelo y Herrero, entendiendo que la Sinagoga era propiedad de la Iglesia reclamó en varias ocasiones a la Comisión de Monumentos las dos habitaciones contiguas a la misma en las que ésta custodiaba las llaves del edificio. Dicha Comisión trasladó esta pretensión del obispo tanto al Director General de Instrucción Pública como a las Reales Academias de San Fernando y de la Historia, pero mientras llegaba la respuesta el obispo aprovechó para apropiarse de las habitaciones y alquilarlas a una familia por una cantidad irrisoria. Esta familia no sólo hacía uso de ellas sino que además disponía del vestíbulo y la tribuna de la Sinagoga, impidiendo la entrada a vecinos y foráneos que quisieran visitar el monumento e incluso a los académicos encargados de su estudio y custodia.


IMAGEN 4. Vista antigua de la entrada a la Sinagoga en la calle Judíos publicada en 1934.



     La Comisión de Monumentos denunció el hecho ante la Academia de la Historia el 20 de septiembre de 1901 y ésta le dio traslado al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, argumentando que la Iglesia no podía presentar ningún documento que demostrase su propiedad sobre la Sinagoga y que, en caso de existir, el edificio estaría incluido en las leyes desamortizadoras. Entendían además que, desde que fue declarada Monumento Nacional y puesta bajo el control de la Comisión, el culto cristiano nunca había sido restablecido en ella, habiendo sido trasladadas todas las imágenes y demás simbología católica a otras iglesias. La respuesta del Ministerio llegó el 14 de octubre de 1901, después de haber nombrado a una comisión para que estudiara el asunto, en modo de Real Orden en la que se disponía que la Sinagoga volviese a quedar bajo custodia y conservación de la Comisión de Monumentos de Córdoba.  

     Obviamente el obispo Pozuelo no estuvo de acuerdo con la resolución y un mes después contestó por carta a dicha Comisión alegando que la Sinagoga, a la que seguía refiriéndose como Ermita de San Crispín y San Crispiniano, en ningún momento había perdido su carácter religioso y eclesiástico aunque llevase muchos años sin celebrarse el culto en ella y que nunca había dejado de estar sujeta a la Parroquia del Sagrario. En su opinión, y cito palabras textuales, «poco importa que fuera Sinagoga hace siglos», como tampoco que hubiera sido declarada Monumento Nacional ni que la conservación y reparaciones se hubieran hecho con fondos del Estado. Otra de las razones "de peso" que aportaba es que la mayoría de los cordobeses la conocían por el nombre de la Ermita y que si algunos la llamaban Sinagoga es por que lo fue en su día, al igual que otros llamaban Mezquita a la Catedral. En resumidas cuentas, se negaba a entregarla.


IMAGEN 5.  A la izquierda Tabernáculo en el muro oriental, a la derecha el Atrio y la Galería de Mujeres.



     Tras la negativa del obispo, el entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Conde de Romanones le dirigió una carta el 19 de febrero de 1902 que fue contestada un mes más tarde. La respuesta del prelado fue que nada de lo dicho por la Comisión de Antigüedades era cierto y que ni la Sinagoga estaba teniendo un uso doméstico, ni lo había tenido ni lo tendría nunca. Aseguraba que en la casa anexa, las mencionadas habitaciones,  habitaba el Sacristán o Ermitaño y que cuando se hizo cargo del obispado en 1898 él mismo la había arrendado a un maestro albañil por 100 pesetas anuales para repararla, ya que se la había encontrado casi arruinada, y para cuidar de la Ermita y facilitar las visitas.  Es curioso que tal ruina se hubiera producido mientras la Sinagoga y la casa estuvieron ocupadas por cofradías, sacristanes y ermitaños.

     Continuaba diciendo la carta que el error de que la propia Sinagoga estuviera siendo usada como vivienda se debía a que el maestro albañil había sufrido un accidente durante las obras y que el médico, como la casa era muy pequeña, le había aconsejado que instalase su cama en el atrio de la misma mientras se restablecía. Además aseguraba que dicho albañil hacía ya tiempo que se había curado y ya no se encontraba en Córdoba. Y con esta rocambolesca e increíble historia daba por contestada a la carta del Conde de Romanones.


IMAGEN 6. La casita de la discordia.



     Ya sea porque el Ministro aceptó estas explicaciones o ya sea porque la Iglesia tenía tanto o más poder que el estado, el caso es que en 1905 aún seguía viviendo una familia en la casa anexa, no sé si la del albañil u otros nuevos inquilinos, y haciendo uso del resto de la Sinagoga para guardar muebles, herramientas y otros enseres. La Comisión de Monumentos volvió a ponerse en contacto con la Academia de la Historia, esta vez para solicitar que les fuese concedido el poder nombrar a una persona para que impidiese dichos abusos, se encargase de la limpieza y vigilancia y facilitase las visitas al Monumento.

     Este tira y afloja entre Comisiones, Academias, Iglesia y Estado propició que, en julio de 1906, el nuevo Ministro de Instrucción Pública Amalio Gimeno y Cabañas enviase un decreto a la ciudad de San Sebastián para que fuese firmado por Alfonso XIII, y en el que se disponía que los obispos debían devolver al Estado todos los edificios que a éste pertenecían y que la Iglesia estaba disfrutando, Sinagoga de Córdoba incluida. No parece que el decreto surtiera efecto total o parcialmente, tal vez ni siquiera llegara a ser firmado por el rey, porque en 1911 volvemos a encontrarnos con una nueva Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública para que la Sinagoga volviera al poder de la Comisión de Monumentos.


IMAGEN 7. De izquierda a derecha: Casa Anexa, Patio Central y entrada al Atrio.



     Finalmente, tras quince años desde la primera denuncia sobre la usurpación, en julio de 1916 la Sinagoga fue entregada a la Comisión por el nuevo obispo Ramón Guillaumet y Coma. El Diario de Córdoba anunció un mes antes el acontecimiento, alabando por una parte la actitud del obispo, como si encima de todo hubiera que darle las gracias por devolver un edificio que no le pertenecía, y cargando por otro lado contra la mujer que lo había estado ocupando los últimos años:

     «El venerable Prelado de la Diócesis, doctor Guillaumet y Coma, ofreciendo una nueva prueba del acierto con que ocupa la silla episcopal de Córdoba, tiene dispuesto que pase a la Comisión de Monumentos el histórico edificio de la antigua Sinagoga.
     Pues bien: la entrega no se ha efectuado aún por un exceso de consideración a la mujer que la ocupa, que es precisamente la que durante años ha contribuído a que el bello monumento sufra daños punto menos que irreparables, como los producidos por los muchachos que han asistido a la "amiga"(1) que allí se tenía establecida.
     Aún ha habido más y es que, hace unos días, el marqués de Viana y el duque de Santo Mauro fueron a visitar la Sinagoga: al entrar en la cámara vieron que el suelo estaba completamente ocupado por feriantes, quienes dormían enracimados, como la langosta en las plantas. Es decir que, por si fuese poco el bochorno de que el Alcázar esté convertido en Cárcel, se tenía la Sinagoga trocada en una casa de recogimiento, ni más ni menos que las de la calle del Cáñamo o el Campo de la Verdad.
     Después de la orden del ilustre Prelado, no puede haber motivo de ninguna clase para que se espere, no ya hasta el día de San Juan, sino que ni a pasado mañana, la mudanza de la buena mujer a la que, para que lo estropee impunemente, se le tiene entregado uno de los más bellos e interesantes monumentos de Córdoba».


(1) Amiga o miga: en Andalucía y México, escuela de párvulos.





Rafael Expósito Ruiz.





DOCUMENTACIÓN
- Anales de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Córdoba, año 1927-28.
- Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
- Boletines de la Real Academia de Córdoba.

IMÁGENES
- Imágenes 1, 3, 5, 6 y 7: Fotografías realizadas por el autor.
- Imagen 2: Fotografía extraída del grupo de Facebook "Córdoba en el alma".
- Imagen 4: Fotografía extraída del Boletín de la Real Academia de Córdoba n.º 43, 1934.

4 comentarios:

  1. Interesante recordatorio fruto de una concienzuda investigación. Enhorabuena. Luego de ese episodio cuando era Sinagoga visitable, vivió en ella una familia muchos años. Al hijo le decían de apodo el "sinagogo", tenía un problema de retraso mental, y era mayor que yo. El padre era amigo de mi primo Paco y me parece recordar era platero. Creo que tenía más hijos. Cierto día me vi inmerso en un episodio muy curioso, los chavales mayores dijeron,-vamos al solar de la Diputación -el que después fue de Rumasa-, que nos va a enseñar el Sinagogo el asunto. Yo me apunté a aquella excursión pues me pilló por la puerta de Almodóvar donde tenía mis amigos. Llegados al solar lo mayores le dijeron a habitante de la sinagoga -Venga enséñanos eso. El Sinagogo no se hizo de rogar mucho se bajó los pantalones y el pene flácido le llegaba casi a las rodillas. El negro del WhatsApp se quedaba en pañales con los atributos genitales del Sinagogo. Estaba escaso mentalmente pero vaya tela como estaba "penealmente". Yo tendría 9 ó 10 años y este personaje andaría por los catorce o quince, no es justificar nada, pues era una exageración. Luego era el comentario habitual comentar el tamaño del pene del Sinagogo y hacer comparaciones que, como todas, son odiosas (sobre todo para los normalitos tirando para abajo).

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  2. Gracias Paco. Imagino que la familia de que hablas viviría en la casa adosada y no dentro de la propia Sinagoga como en este caso. Supongo que en esta historia, además del interés por proteger el edificio, primaba más el ver quién la tenía más grande, si el Estado o la Iglesia. Y hablando de tamaños es curioso que siempre se ha dicho que las personas con retraso la tienen muy grande, como en el caso del Sinagogo.

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    1. Es siempre la prisa por ser mayor, tebee pelis en la axila o pubis, eyacular o orinar llegando más lejos. Es lo mismo en todas las generaciones. Esta familia vivían en las habitaciones que ahora son como una oficina, eran más o menos los porteros. Saludos.

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  3. Todos hemos pasado por esas etapas. Daba por hecho que se trataba de esas habitaciones, solo quería confirmarlo. Supongo que desde que el obispo las "cedió" habrá habido porteros allí. Un abrazo.

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