martes, 24 de mayo de 2022

El crimen de "Cintas Verdes"

      El 27 de mayo de 1890 tuvo lugar en Córdoba uno de los asesinatos más deleznables de los que se recuerdan, tanto por el número y la edad de algunas de las víctimas como por los motivos que lo propiciaron. Ese día José Cintabelde, que a la postre se convertiría en la última persona ajusticiada públicamente en nuestra ciudad, acabó con la vida de dos adultos y dos niñas, dejando agonizante a la madre de estas.

IMAGEN 1. Antiguo Coso de los Tejares.



     José Miguel Alejandro Cintabelde Pujazón, "Cintas" o "Cintas Verdes" como lo denominaban los diarios locales y nacionales, había nacido en Almería el 14 de septiembre de 1863 y había estado viviendo en la zona de la Almedina, hasta que sus padres tuvieron que trasladarse a Córdoba por motivos de trabajo. Con 19 años abandonó el hogar familiar y estuvo empleado en diferentes sitios. Sirvió en el ya extinguido Cuerpo de Seguridad durante siete meses como ayudante del comandante José Echevarría y más tarde en el de Ingenieros, a las órdenes del Sr. Juan Tejón y Marín, a través del cuál había conseguido empleo en los trabajos de instalación de la Feria de la Salud. Y precisamente durante los festejos se iba a celebrar una corrida de toros, concretamente la tercera del último día, a la que José tenía intención de asistir, aunque no contaba con el dinero necesario para la entrada.

IMAGEN 2. Feria del ganado en 1915.
    El día 26 de mayo José se encontró en la Feria con Juan Castillo, capataz de la finca El Jardinito, y le comentó que le había pedido cuatro pesetas para la corrida a la mujer de éste, Antonia Córdoba, y que se había vuelto con las manos vacías. Cintabelde conocía a Juan y a su mujer porque la novia del primero, Teresa Molinero, había sido ama de cría de una de las hijas del capataz. La relación entre ellos había sido buena aunque se había enfriado un poco desde que Juan y Antonia rehusaron apadrinar a la hija de José y Teresa un año antes. Probablemente en la conversación mantenida entre el capataz y Cintabelde éste se enteró de que Juan había conseguido algún dinero por la venta de una yunta de vacas, así es que decidió volver al día siguiente aunque esta vez al parecer con la intención no de pedir dinero prestado sino de obtenerlo por la fuerza.

     El 27 de mayo, hacia las nueve de la mañana, Cintabelde salió de Córdoba en dirección a la Huerta del Jardinito, a la que llegó sobre las diez, sabiendo que el capataz  y su hijo habían salido ya hacia la Feria. Cuando llegó a la finca se encontró con Antonia junto a sus dos hijas Magdalena y María Josefa, de seis y dos años de edad respectivamente. También se hallaban allí el guarda José Bello y Rafael Balbuena, arrendador de la finca. Con la excusa de comprar medio centenar de naranjas, Cintabelde se marchó con el guarda para que este le dijera de qué naranjo debía cogerlas, mientras Antonia, sus dos hijas y Rafael volvían a la casa.

IMAGEN 3. Entrada a la finca.
     Mientras José Bello se hallaba subido a una escalera recolectando las naranjas solicitadas, Cintabelde le asestó seis puñaladas que lo dejaron prácticamente sin vida. Acto seguido entró en la casa y exigió a Antonia que le entregase el dinero, pero al negarse ésta sacó una pistola de dos cañones que llevaba consigo y le disparó, alcanzándola en la mejilla y oreja izquierdas. Mientras Rafael Balbuena, el arrendador, gritaba pidiendo auxilio al guarda sin saber que este yacía muerto, Cintabelde le disparó dos veces acabando al instante con su vida. En ese momento Magdalena, la hija mayor, salió corriendo de la casa perseguida por el asesino, mientras Antonia, pensando que este se marchaba por fin, salió a su vez para ver horrorizada como degollaba a la niña. Corrió entonces otra vez a refugiarse en la casa pero Cintabelde consiguió alcanzarla, disparándole por segunda vez. Tras reclamarle de nuevo el dinero, Antonia le indicó en qué habitación se encontraba, pensando que así salvaría su vida, pero un nuevo disparo acabó con ella en el suelo. La niña pequeña murió en último lugar a manos del asesino, quien la introdujo en la casa agarrándola del pelo para matarla de igual manera que a su hermana.

IMAGEN 4. Recreación del crimen.
     Cintabelde se dirigió entonces a la habitación que Antonia le había indicado y, revolviéndola por completo, encontró un arca del que sacó un bolso con 125 pesetas de plata y un pequeño portamonedas con otras 20. Con el botín en su poder y una escopeta propiedad del esquilmero de la finca Francisco Gavilán Merino, de la que también se apoderó, abandonó la escena del crimen parándose después en el arroyo que pasa por el molino de Sansueña, donde se limpió como pudo la sangre de las manos y la ropa y donde apareció más tarde el portamonedas de Antonia. También allí se deshizo de la navaja, la pistola y la escopeta. Después se dirigió a la casa de la madre de su novia, en el número 5 de la calle Empedrada, y tras almorzar y cambiarse de camisa se marchó a la plaza de toros para ver la corrida.

IMAGEN 5. Calle Empedrada.
     Sobre la una de la tarde, Francisco Gavilán junto con un amigo tratante de naranjas y su hija llegaron a la finca, donde encontraron la dantesca escena. Tras encontrar los cuerpos de Rafael Balbuena, Antonia y las niñas dio con José Bello, que con la poca vida que aún le quedaba consiguió balbucear que el asesino había sido "el que estuvo aquí ayer", pero como Gavilán no entendía a quien se refería se dirigió a Córdoba para poner el hecho en conocimiento del juzgado. En la puerta del mismo se enteró de lo ocurrido Juan Castillo, capataz de la finca y marido de Antonia, quien rápidamente acudió al Jardinito. Allí su mujer le dijo que había sido "el marido del ama" refiriéndose a José Cintabelde, cuya novia Teresa como ya se ha dicho había sido ama de cría de la pequeña María Josefa.
 
    Una vez que las autoridades conocieron la identidad de quien había perpetrado tan horrendo crimen, el dispositivo para su captura se puso en marcha. Tras interrogar a su novia Teresa sobre el paradero de éste tuvieron claro que el criminal había tenido la sangre fría de asistir a la corrida sin el menor remordimiento, por lo que el Gobernador encargó al teniente Vicente Paredes Maroto que se dirigiera al Coso de los Tejares para apresarlo. Diez parejas de la Guardia Civil y seis o siete del Cuerpo de Vigilancia tomaron puertas y tapias y comenzaron su búsqueda. Al finalizar la corrida, y como Cintabelde no había sido localizado aún, hicieron salir al público de uno en uno hasta que éste apareció. Para no levantar revuelo entre la gente con la detención, le hicieron creer que un amigo suyo había sido detenido por carterista y que les había dicho que José podría ser su fiador, por lo que era necesario que los acompañase. Ya en una calle menos concurrida y apartada de la Plaza de Toros fue esposado y conducido al cuartel. Días después, Cintabelde comentaría a un periodista que se había percatado de las medidas que se estaban tomando para capturarlo, pero pensó que sería absurdo intentar escapar pues tarde o temprano darían con él.

IMAGEN 6. Hospital Provincial de Agudos.
     El asesino se encontraba ya en prisión, incomunicado y cargado de grilletes, y mientras tanto Antonia, la única superviviente del brutal ataque, continuaba en estado grave en el Hospital Provincial de Agudos, situado en el edificio que en la actualidad ocupa la Facultad de Filosofía y Letras. Los cuidados recibidos consiguieron mantenerla con vida hasta que el 5 de julio siguiente se le pudo extraer al fin el proyectil que aún permanecía alojado en su cabeza, pudiendo finalmente ser dada de alta doce días después. Como solía ser costumbre en estos casos, organizaciones tanto civiles como eclesiásticas se encargaron de recaudar dinero para auxiliar en la medida de lo posible a las familias de los afectados por el terrible suceso.

     La actitud de José Cintabelde en prisión era de cierta amabilidad con sus compañeros y carceleros, y se mostraba comunicativo con las visitas que recibía, especialmente con los reporteros de diferentes medios que intentaban obtener algún dato que pudiera explicar lo sucedido. Llegaba a ser frío e indiferente cuando a petición de estos relataba el suceso y repetía hasta la saciedad que  la única razón por la que había cometido los asesinatos era el irrefrenable deseo de ver la corrida de toros y que, aunque siempre había sido muy bien recibido por las víctimas en su casa, la gran cantidad de aguardiente que según él había tomado por la mañana le había nublado por completo el juicio, aunque no así la puntería con las armas de fuego ni la destreza con la navaja, como le hizo notar un reportero del periódico El Adalid. Esta «frescura repugnante» del reo hizo que fuese sacado del aislamiento y conducido con los demás presos al patio general, y sin embargo su actitud cambió por completo a raíz del ajusticiamiento en Madrid de la sirvienta Higinia Balaguer. Las detalladas descripciones en los diarios de los últimos momentos en el patíbulo de la condenada por el conocido como "crimen de la calle Fuencarral" habían llegado hasta Cintabelde y su frialdad se transformó en miedo. Comenzó a actuar como si estuviera loco y a molestar a los demás presos y carceleros, e incluso intentó suicidarse hasta en tres ocasiones, teniendo que ser devuelto a la incomunicación y bajo estrecha vigilancia.

IMAGEN 7. Entrada al Alcázar.
     Mientras tanto se seguía instruyendo el sumario de la causa contra él y, en vista de que todos los miembros del Colegio de Abogados de Córdoba habían rechazado encargarse de su defensa, hubo de realizarse un sorteo del que salió elegido José Hidalgo Corona. Sin embargo fue Julio Valdelomar y Fábregues quien fuera finalmente designado como abogado defensor, a petición del propio Cintabelde que había sido aconsejado por otro preso. La apertura del juicio oral se fijó para las once de la mañana del día 15 de noviembre y, mientras diversas personalidades de la alta sociedad cordobesa ponían en funcionamiento sus influencias para no perderse ninguna de las sesiones del juicio, el Gobernador Civil tomaba medidas para evitar alteraciones del orden público tanto a la salida de la cárcel como a la entrada de la Audiencia.  Comenzado el juicio, su abogado defensor intentó hacer valer los eximentes de embriaguez y locura, apoyándose en el hecho de que la madre de José había padecido enajenación mental y durante el mismo José Cintabelde, que seguramente viendo que nada podía ya salvarlo había recuperado su anterior frialdad, respondió al Presidente del Tribunal sobre si tenía algo que añadir que nunca había pedido dinero a Antonia y sí otros favores que había obtenido, dando a entender algún tipo de relación ilícita entre ambos. La sala estalló en gritos de "¡villano!" y "¡muera!" que tuvieron que ser acallados por el Presidente y por las fuerzas del orden. Tan solo ocho horas y media después de comenzado el juicio, a las siete y media de la tarde, se leyó el veredicto de culpabilidad por homicidio con intención de robo, con los agravantes de alevosía y de haberse cometido en despoblado. Media hora más tarde, tiempo en el que el Tribunal se había retirado a deliberar, llegó la sentencia: pena de muerte por garrote vil.

IMAGEN 8. Patio de la cárcel del Alcázar.
     Durante el tiempo que permaneció en prisión, Cintabelde había manifestado en más de una ocasión su deseo de contraer matrimonio con su novia Teresa Molinero, con la que tenía una hija de apenas un año de edad, extremo que le había sido negado hasta el día 14 de febrero de 1891. Ese día, por la mañana temprano, el Padre Juan Bautista Moga y Mora acudió desde la iglesia de San Hipólito hasta la capilla de la cárcel para asistir en el enlace, en el que actuaron como padrinos el marqués de Villaverde y su hija María, en representación de la marquesa, quienes corrieron además con los gastos del convite posterior.

     La mañana del 6 de junio, puesto Cintabelde ya en capilla, comulgó durante la misa celebrada por el Padre Moga que fue asistido por un hermano de La Paz y La Caridad. Se le veía tranquilo, e incluso llegó a comentar que estaba satisfecho por el destino que le esperaba, ya que de haber sido condenado a cadena perpetua hubiera pasado el resto de sus días entre gente perdida. Sobre las diez de la mañana se le sirvió un abundante almuerzo que consistía en tortilla de jamón, fritura de pescado, asado de carne, salchichón, jamón, algunos entremeses, dulces, almíbares, vino y habanos, que no aceptó por ser demasiado fuertes. Terminada la comida, de la que repitió algún plato, pidió café, y como tardaban en traérselo comentó: «¿Han ido por el café al Marrubial?»
     A la una de la tarde Cintabelde recibió la visita de Teresa y de la hija de ambos, acompañadas por José y Rosario Molinero, hermanos de Teresa. Mientras su esposa lo abrazaba entre llantos, el infortunado cogió a su hija en brazos y le dijo: «Ya no te veo más, toma el último regalo», entregándole una moneda de 25 pesetas de oro y la besaba sin cesar. La visita duró tan solo media hora, y la despedida fue tan emotiva como lo había sido la llegada. El resto del día lo empleó en ordenar una serie de estampas, rosarios, escapularios y otros objetos que tenía pensado regalar antes de abandonar este mundo, en mantener largas conversaciones con el Padre Moga, que había permanecido siempre a su lado, y en redactar un nuevo testamento que remplazaba al que había dictado con anterioridad. En esta última voluntad dejaba a su hija Magdalena la mitad de sus bienes, que básicamente eran el resultado de las distintas colectas que parroquias y hermandades se habían encargado de hacer; una cuarta parte iría para su esposa Teresa, y la parte restante se dedicaría a oficiar misas por su alma y a socorrer a pobres ancianos e impedidos.

IMAGEN 9. Afueras de la Puerta de Sevilla.
     Cintabelde apenas pudo conciliar el sueño en toda la noche sino a ratos, debido a la intranquilidad y el nerviosismo por lo que se aproximaba, y a las tres y cuarto de la madrugada del día 7 se despertó por última vez antes de enfrentarse a su final. Tras asistir de nuevo a misa, se le sirvió un desayuno compuesto de jamón, salchichón, vino, postres y café y, a las 8:05 de la mañana partió montado sobre un carro con dirección a las afueras de la Puerta de Sevilla, entre dos filas de bayonetas. Lo acompañaban el Padre Moga y el Hermano Mayor de La Paz y La Caridad; la comitiva la encabezaba el verdugo, que marchaba custodiado por varios guardias civiles mientras fumaba tranquilamente un puro.
     Miles de personas esperaban ansiosas la llegada del cortejo, que apareció en el lugar elegido pasadas las 8:30, mientras la Guardia Civil de Caballería se encargaba de mantener el orden y el Batallón de Cazadores de Cataluña rodeaba el patíbulo. Cintabelde intentó dirigirse al público tras subir al tablado, pero el griterío de la gente se lo impidió. A las 8:45, el que ha pasado a la historia negra de Córdoba tanto por sus crímenes como por ser la última persona ajusticiada públicamente en nuestra ciudad, José Miguel Alejandro Cintabelde Pujazón dejó este mundo.


Rafael Expósito Ruiz.




DOCUMENTACIÓN
- Biblioteca Virtual de Prensa Histórica
- Cintabelde/Cintas Rojas. Periodismo, pliegos de cordel, narrativa corta (Raíces cordobesas de una novela de López Pinillos). Carmen Fernández Ariza, B.R.A.C. n.º 162, 2013 01.
- Expediente relativo á la ejecucion del reo José Cintabelde Pujazon autor del cuadruple asesinato perpetrado el 27 de Mayo de 1.890 en la hacienda de campo llamada "El Jardinito". Archivo Municipal de Córdoba.

IMÁGENES
- Imágenes 1, 5, 6 y 7: Fotografías extraídas del grupo de Facebook HISTORIA DE CÓRDOBA EN IMÁGENES.
- Imágenes 2 y 9: Archivo Municipal de Córdoba.
- Imagen 3: Captura de Google Street View.
- Imagen 4: Ilustración del pliego de cordel "Crimen de Cintas Verdes, perpetrado en Córdoba". Biblioteca Digital de Castilla y León.
- Imagen 8: Fotografía extraída del grupo de Facebook CORDUBA.

5 comentarios:

  1. Mi abuela cuando quería decir que alguien era un" hijo de..." ¡Ya me entiendes! Decía es más malo que " cintasverdes" Fenomenal entrada Un abrazo

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    1. Muchas gracias Mari Ángeles. Yo conocí la historia a mediados de los ochenta o algo así. Se rodó en ese tiempo una película o una serie sobre el caso, y un compañero mío del colegio decía que iba a salir de extra. La verdad es que creo que ni llegué a verla. Un abrazo.

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  2. A mí más o menos me ocurrió igual.... Y aunque de pequeña mi abuela decía esa frase, la verdad es que no sabía el por qué. Fue sobre los ochenta que estaba en el instituto cuando me enteré del suceso. Un abrazo enorme

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