Entre los años 1833 y 1835 España sufrió los efectos de una pandemia de cólera asiático que dejaría a su paso miles de muertos. Los primeros casos en Andalucía se constataron en Huelva en agosto de 1833 y, pese a las precauciones que se tomaron, el cólera acabó llegando a otras poblaciones andaluzas, haciendo su aparición en Córdoba en mayo de 1834. La psicosis generada por la posibilidad de los contagios hacía que, en ocasiones, no se tomaran todas las medidas para comprobar que los fallecidos realmente lo estaban, y primaba la necesidad de "quitarse al muerto de encima" lo más rápido posible. Esto es lo que parece ser que sucedió con un vecino de la calle Almonas que fue dado por "fiambre" sin estarlo, hecho del que vamos a ver tres relatos escritos en distintos años, iguales en lo fundamental pero con algunas variaciones entre ellos. El primero viene de la mano de Teodomiro Ramírez de Arellano:
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«En 1835, cuando el cólera se presentó por vez primera en Córdoba, también hizo mucho daño entre los vecinos de la calle de Almonas que, horrorizados, hacian sacar los cadáveres en cuanto creian que los enfermos acababan de espirar. Cuentan que un linero llamado Martinez, sufrió la enfermedad y, juzgándolo difunto, le pusieron un hábito de fraile Francisco y lo hecharon en la caja, en la que lo conducían, cuando volvió en sí cerca de la puerta Nueva y empezó á dar lamentos, preguntando á donde lo llevaban; aturdiéronse los sepultureros, y poniendo la caja en el suelo echaron á correr, dejando al infeliz en tan angustioso trance; mas él, como pudo, levantóse y se volvió á su casa, á la sazón que su muger, demás familia y amigos estaban reunidos, los que al verlo entrar, todos huyeron y juzgándolo una aparición, sin dar crédito á sus palabras, particularmente la muger, que le demandaba lo que quería y le ofrecía mandarle decir alguna misa, hasta que de la súplica pasó al corage, y el resucitado la convenció con un silletazo, de que era la realidad y no un sueño lo que estaba sucediendo, por la censurable ligereza con que habian obrado».
Esta narración está incluida en el Tomo I de los "Paseos por Córdoba: ó sean, apuntes para su historia" publicado en 1873, 38 años después del suceso. Ramírez de Arellano aporta algunos detalles acerca del protagonista de la historia, como su apellido, su profesión y la calle donde vivía, y no se decanta sobre si el suceso es real o no, como hace con otros, y simplemente dice que «cuentan que...». No será la primera vez que este autor escribiera sobre el asunto y, si primero lo había hecho en prosa, ahora tocaba la versión en verso, recogida en los "Romances histórico-tradicionales de Córdoba":
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«En el año treinta y cuatro
del siglo décimo nono,
cuando toda la península
invadió el cólera morbo,
en Córdoba también hubo
causando espanto y asombro.
Celebraron rogativas
á nuestro Arcángel Custodio,
la Virgen de la Fuensanta
y las Reliquias, del modo
que es costumbre inmemorial
en este pueblo devoto.
San Caralampio fué entonces
el abogado á quien todos,
temiendo mucho el contagio,
cantaban coplas en coro;
en los patios y plazuelas
formaba la gente corros
quemando mucho romero,
cuyo ramage oloroso
ahuyentaba los miasmas
según dictamen de doctos
médicos que no entendian
cual era el método propio
de vencer la enfermedad
de efectos tan pavorosos.
No doblaban las campanas
ni se llevaban los óleos
de una manera ostensible
ni se cantaba un responso,
y al pobre que se moria
lo enterraban mal y pronto.
Allá en la calle de Almonas
habitaba un matrimonio,
el marido rastrillaba
la muger hilaba el copo,
y asi entre los dos tenian
hasta para ahorrar un poco
si al marido no le diera
por empinar tanto el codo,
causa de muchos disgustos,
de continuos alborotos
y á veces que á la muger
sacudiera bien el polvo,
obligándola á intentar
más de una vez el divorcio;
los amigos y parientes
en momentos de reposo
avenirlos conseguían
por algún espacio corto,
hasta nuevas libaciones
y otro escándalo más gordo.
En una de estas batallas
metió la pata el demonio
dándole al marido el cólera
quedando al fin hecho un tronco.
Todos muerto lo creyeron,
le hicieron un envoltorio
sirviéndole de mortaja
y avisaron con un mozo
vinieran para llevarle
seguidamente al depósito:
en efecto, en la petaca,
(le pusieron este apodo
á la caja, y en verdad
que ha llegado hasta nosotros),
colocaron el cadáver
sin otra clase de adornos,
y emprendieron el camino
los sepultureros solos,
porque la gente esquivaba
el contacto más remoto.
Iban los enterradores
frente á la calle del Pozo
cuando dentro de la caja
echaron un par de votos,
y en vez de enterarse bien,
en la mitad del arroyo
la soltaron y se fueron
de algún lance temerosos.
El infeliz rastrillero
dándose cuenta á sí propio
de su triste situación,
entre abatido y furioso
alzó la tapa y salióse
dejando el estuche hediondo,
volviéndose á su morada,
cuando tristes y devotos
su muger y sus parientes
estaban de velatorio.
Como nadie le esperaba
y abrió la puerta de pronto,
al presentarse produjo
en aquellos tal asombro,
que hubo quien se desmayó,
quien creyese era el demonio
ó que era en forma del muerto
un alma del purgatorio.
La muger arrodillada,
ahogada por los sollozos
le decía temblorosa:
Vuélvete, vuélvete pronto
al lugar en donde estabas
que yo pagaré un responso
y te mandaré decir
las misas de San Gregorio.
Si no te basta con eso,
en nombre de Dios, te imploro
digas cuanto necesites —
y el rastrillero hecho un loco
gritaba á su vez:—Muger,
nada temas, soy tu esposo.—
Pero nadie se cuidaba
de acudir en su socorro,
hasta que harto de gritar
desesperado, furioso,
observó que en un rincón
estaba un bastón bien gordo
y tomándolo, á su esposa
dio un golpe tan espantoso
que le hizo gritar llorando:
—Ahora si que te conozco.»
En esta nueva versión de 1902, titulada "El rastrillero de la calle Almonas", Ramírez de Arellano se prodiga en detalles que anteriormente no había mencionado. El tal Martínez ya no era sólo un linero sino el que se encargaba de rastrillar el lino, mientras que su mujer lo hilaba después. Era también un borracho y maltratador, que golpeaba a su mujer cada vez que se tomaba dos copas de más. Especifica, además, que el lugar en que volvió en sí mientras lo llevaban en la caja, que en el primer relato simplemente era «cerca de la Puerta Nueva», era la calle del Pozo, actualmente llamada Francisco de Borja Pavón, a escasos metros efectivamente de la citada Puerta. Han pasado 67 años ya desde que ocurrió el suceso y 29 desde la primera versión, y parece que Ramírez de Arellano tiene más memoria ahora que entonces, o quizás más imaginación, quien sabe. Además de los añadidos podemos ver dos cambios en el nuevo relato, que son la fecha del suceso, que ha pasado de 1835 a 1834, y el arma con el que agrede finalmente a su mujer, que en vez de una silla es un bastón gordo, igual de bárbaras las dos en cualquier caso.
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Una tercera versión aparecerá en 1913 bajo la firma de "Monticulus", un columnista que se encargaba de la sección "Efemérides cordobesas" que el periódico "El defensor de Córdoba: diario católico" incluyó en su primera página a lo largo de ese año:
«Llevan á un vivo camino de la sepultura.- Padecíase el cólera que tantos estragos hacía en otras poblaciones y que tantos había de hacer en Córdoba algunos meses más adelante. Era tanto el temor al contágio y tan descabelladas las disposiciones de la autoridad, que apenas se juzgaba que había espirado, sin detenerse á cerciorarse de ello, lo llevaban al cementerio y lo enterraban. En la calle Almonas fué atacado del mal reinante un hombre de apellido Martínez, dióle un colapso y su familia, creyéndole cadáver, lo amortajaron de prisa y corriendo y depositándole en un ataud, lo encaminaron al cementerio de S. Rafael. Al llegar la comitiva á la Puerta Nueva, volvió en sí y sentándose en la caja preguntó adonde lo llevaban. Los sepultureros asustados, salieron corriendo y Martínez, como pudo, llegó á su casa. Allí estaba su familia rezando por su alma, y al verlo entrar, huyeron despavoridos, teniendo él que salir á la calle en busca de su mujer y llevarla á empujones al domicilio conyugal».
La nueva narración es escueta, quizás por el formato al que debía adecuarse, y parece una copia del primer relato de Ramírez de Arellano, aunque el tal "Monticulus" añade algunos datos de su cosecha. En este caso la mujer, que en las versiones anteriores permanecía asustada en el interior de la casa, había salido ahora huyendo hacia la calle, de dónde Martínez la tuvo que traer a empujones, librándose esta vez de silletazos o bastonazos. Y lo más sorprendente, al menos para mí, es el hecho de que aparezca como una efeméride, ocurrida según "Monticulus" el 13 de enero de 1835. Si no estaba claro de dónde había sacado Ramírez de Arellano los adornos añadidos, menos aún lo están los nuevos datos del columnista, fecha incluida. En fin, así se crean las leyendas, en base a un hecho que es más que factible que ocurriera y que a medida que pasa el tiempo es más difícil de creer.
Rafael Expósito Ruiz.
DOCUMENTACIÓN
- El defensor de Córdoba : diario católico: Año XV Número 4056 - 1913 enero 13. Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
- Lucha contra una epidemia de cólera morbo en poblaciones de Andalucía (1833). juntadeandalucia.es/cultura/archivos.
- Morbimortalidad del cólera epidémico de 1833-35 en Andalucía, 1992. Esteban Rodríguez Ocaña.
- Paseos por Córdoba: ó sean, apuntes para su historia, 1873-77. Teodomiro Ramírez de Arellano.
- Romances histórico-tradicionales de Córdoba, 1902. Teodomiro Ramírez de Arellano.
IMÁGENES
- Imagen 1: El entierro prematuro, 1854. Óleo de Antoine Wiertz. Museo Real de Bellas Artes de Bélgica.
- Imagen 2: El cólera en 1835. museodelferrocarril.org.
- Imagen 3: Cementerio de San Rafael. Fotografía compartida por Antonio Ribas en el grupo de Facebook "Fotografías Antiguas de Córdoba - España".
- Imagen 4: Velatorio, 1905. Joaquín Pintos. Museo de Pontevedra.
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