Escribir una historia que resulte medianamente interesante lleva su tiempo, y a veces siete días no son suficientes si pretendes publicar al menos una a la semana, máxime si el mucho o poco tiempo de que dispones debes dedicarlo a otros menesteres. Por esa razón, lo que os traigo hoy no ha salido de mi pluma sino de la de Gregorio Perea Crespo, colaborador de Diario de Córdoba y El Defensor de Córdoba, periódico éste último en el que publicó esta pequeña historieta el 28 de septiembre de 1903:
«Hace unos años llegaron á Córdoba una familia compuesta de una madre y dos hijas, viuda la primera de un capitán del Ejército; habían vivido en un pueblo de la provincia largo tiempo, después de la muerte del padre, y temiendo la buena señora que sus niñas quedasen postergadas ó para vestir imágenes, se decidió pasar á la ciudad de los Rafaeles, creyendo fácil que allí podrían atrapar un Rafaelito.
Doña Ruperta, que así se llamaba la madre, era gordinflona, entrada en los cincuenta, y presumida como la mujer que no ha perdido las esperanzas...
Miraba á sus retoños con orgullosa satisfacción, admirando sus cuerpos flacos, de subida estatura y sus caras aflautadas. En sus tiempos había leído una novela en la que aparecían los protagonistas bajo los nombres de Filomena y Rita, bastando esto para que sus niñas fueran tocayas de los novelescos personajes.
- Mis hijas son dos sílfides espirituales, tienen educación esmerada, singular disposición, visten con admirable gusto y en todas partes se han distinguido por su elegancia; no quiero para ellas militares: los de caballería van muy de prisa y los de infantería ¡maldita la falta!
Esta era la cancamusa que doña Ruperta entonaba á todas horas; y en parte acertaba y en parte no. Las chicas, como la mamá, se caracterizaban por su amabilidad y discreción; pero el vestir con gusto se les frustraba en no pocas ocasiones; de elegantes descendían á cursis. ¡Oh dolor! la viudedad no alcanzaba para el arrendamiento de un piso, las atenciones cotidianas y la variación de modas.
Un Acisclo Rafael requirió de amores á Filomena, que ésta aceptó después del cónclave celebrado en familia.
Vemos que el pretendiente llevaba el nombre del glorioso arcángel en segundo lugar.
¿Qué feliz era doña Ruperta! Sus planes comenzaban á realizarse á las mil maravillas.
Una noche de feria, la viuda y sus hijas se disponían á salir de paseo, cuando se presentó Acisclo Rafael, que como es natural, las acompañó, haciendo pareja con su Filomena.
Pronto se hallaban en el real del mercado.
El galán se afanaba en que sus acompañantes lo vieran todo detenidamente. Inspeccionaron primero las joyerías, hablando de los objetos de más mérito que contenían las tiendas; ellas esperaban confiadísimas en que el regalo para Filomena sería comprado en las platerías, mas todo se redujo á examinarlas una por una.
- ¡Qué diantre! -pensaban las señoras- el novio no resulta tan generoso como suponíamos, pero indudablemente nos obsequiará con dulces; desflaron por los puestos de confiterías y... ¡nada!
La futura suegra manifestó ser ya hora de retirarse, á lo cual se opuso Acisclo Rafael, indicando que irían al Gran Capitán, también animadísimo. Doña Ruperta transigió tras ligero debate; tanto ésta como sus hijas, creyeron serían invitadas á unas tazas de café, y cruzaron el paseo sin que nadie les ofreciera ni un vaso de agua.
Ya se dirigían á su domicilio, disimulando notablemente y mostrándose con el amante tan afectuosas como siempre. Aquél se detuvo de pronto en la calle y exhalando una espantosa exclamación, dijo -Señoras harán ustedes la amabilidad de honrar mi casa con su presencia. Mi madre las está esperando. Ellas con extremada fineza se negaron rotundamente; y el joven se hizo un héroe insistiendo, hasta que logró ganarlas.
Las mujeres imaginaron que el novio y su madre acordarían obsequiarlas en su misma casa.
Fueron recibidas cariñosamente; diez minutos duró la sesión de apretones de manos, abrazos y besos.
- Mamá -exclamó Acisclo Rafael, cuando se hubieron acomodado- hazles unas horchatas de arroz á estas señoras.
- Gracias, caballero, no tenemos diarrea -respondieron á una voz doña Ruperta y sus hijas, y como movidas por un resorte se levantaron de las sillas, abandonando la casa del deseado galán».
G. Perea Crespo.
Rafael Expósito Ruiz.
DOCUMENTACIÓN
- El defensor de Córdoba: diario católico: Año V Número 1192 - 1903 septiembre 28. Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
IMÁGENES
- Imagen 1: Fotografía extraída de murciaplaza.com.
- Imagen 2: Fotografía compartida por Lolo Cordoba en el grupo de Facebook CORDUBA.
- Imagen 3: Fototeca del Patrimonio Histórico, Archivo Ruiz Vernacci.
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