martes, 30 de marzo de 2021

El Palacio de los Luna: la leyenda del viejo avaro

      Hace algo más de un mes finalicé una entrada sobre el Palacio de Orive asegurando que, la que acababa de contar, no era la única leyenda relacionada con la desaparición de una joven a causa de una vela que se apagaba. Cuenta la tradición que en el Palacio de los Luna, en la plaza de San Andrés y a escasos metros del de Orive, sucedió un hecho tan similar en los detalles principales que cuesta trabajo no pensar que en realidad se trata de dos versiones diferentes de la misma leyenda, con los escenarios y los personajes cambiados, pero seguramente con la misma finalidad moralizante. La historia es la siguiente:


Imagen 1. Vista antigua de la plaza de San Andrés y del Palacio de los Luna.


Imagen 2. El avaro.
     Como cada noche desde no se sabe cuándo, un viejo arrugado contaba sus ganancias a la luz de una triste vela sobre una desvencijada mesa. La habitación donde se encontraba era tan escasa en mobiliario como la calidad de su ropa, lo que hacía pensar que se encontraba en la más absoluta de las miserias. Muy al contrario, el viejo poseía una considerable fortuna fruto de sus muchos años como prestamista, aunque su afán por acumular cada vez más y más riquezas lo hacía vivir tan pobremente. Lo acompañaba su hija, una joven adolescente que, mientras el padre contaba las monedas y las joyas, se afanaba en preparar la cena. 
     De repente alguien llamó a la puerta de la calle y el avaro, tras guardar rápidamente el dinero en un arcón que se encontraba junto a la mesa, fue a ver de quién se trataba. Al abrir se encontró a una mujer desconsolada. Apenas le quedaba nada y necesitaba dinero para poder subsistir. El usurero, que ya estaba acostumbrado a tales lamentaciones, le preguntó si tenía algo que ofrecer a cambio de su préstamo. La pobre mujer contestó que únicamente poseía una humilde y destartalada casa, pero a este le pareció suficiente por lo que, tras redactar el contrato en un papel, se lo dio para firmarlo. La mujer lloró y suplicó para que suavizara un poco los excesivos intereses que acompañaban al préstamo pero, ante la negativa del viejo, acabó firmándolo. El avaro entró con el papel al interior de la casa, volviendo al cabo de unos minutos con una pequeña bolsa de dinero que entregó a la mujer. Cuando ésta se había marchado, volvió a sacar el contenido del arcón y comenzó de nuevo a contarlo, anotando la cantidad en un libro. Una vez finalizada la operación, lo volvió a guardar todo y bajó el arca al inmenso sótano formado por innumerables galerías donde acumulaba sus riquezas.
     Habían transcurrido apenas unos minutos desde que regresó del sótano cuando oyó que su hija lo llamaba diciéndole que de nuevo alguien estaba llamando a la puerta. Tras la misma aguardaba un joven con un gran saco que contenía el dinero que tiempo atrás el usurero le había prestado. Este le recordó que había que incluir el interés previamente fijado, a lo que el muchacho de la entrada respondió que todo estaba en la bolsa, era un hombre de palabra y venía a cumplirla. Tras reclamar el papel que había firmado cuando solicitó el préstamo y cogerlo con gesto violento, el joven dio media vuelta y se marchó sin decir palabra. 
Imagen 3. Otra vista de la plaza y el Palacio.
     El viejo intentó coger el saco para introducirlo en la casa pero pesaba demasiado para él, de modo que llamó a su hija para que lo ayudase. Ella nunca antes había bajado al sótano pero escuchó atentamente las indicaciones que su padre le daba para llegar al sitio correcto donde depositar el dinero, así es que levantó la tapa que conducía al subsuelo de la casa y, tras encender una vela, descendió por las escaleras. Una vez abajo comenzó a recorrer una serie de pasillos repitiendo mentalmente el itinerario que su padre le había marcado: derecha, izquierda, otra vez derecha... Pero de pronto una ráfaga de aire apagó la llama de la vela y la muchacha quedó a oscuras sin saber si debía continuar o intentar regresar a la salida. Intentó avanzar a tientas y pronto se encontró perdida en el inmenso laberinto; gritó y gritó pidiendo ayuda a su padre pero lo único que le respondía era el eco de su propia voz.
     Mientras tanto el prestamista, que la esperaba junto a la entrada del sótano, comenzaba a impacientarse por lo mucho que tardaba su hija en regresar cuando escuchó la llamada de auxilio. Enseguida cogió una vela y bajó en su busca, avanzando con rapidez por unos pasillos que conocía de sobra, pero cada vez que se acercaba a la voz que lo llamaba, ésta comenzaba a sonar en otro punto lejano. Así estuvo varias horas hasta que desesperado decidió salir a la calle a pedir ayuda. Los gritos despertaron a varios vecinos que se asomaron a las ventanas para ver qué ocurría. La mayoría de ellos, que conocían al viejo y lo despreciaban por su mezquindad, se volvieron adentro, pero unos pocos decidieron salir a ayudarle. 
     Cuando este les contó lo que había sucedido los vecinos, armados con todas las velas y candiles que consiguieron reunir, bajaron al sótano. De nuevo la voz de la muchacha se iba alejando cada vez que los que la buscaban se acercaban a ella. Las horas pasaban sin ningún resultado y el viejo, que cada vez estaba más desesperado, suspiró con alivio cuando escuchó que todos subían por las escaleras. Pero su rostro cambió cuando descubrió que su hija no regresaba junto a ellos. No habían conseguido encontrarla y pensaban que ya habría salido por su cuenta y que lo que se escuchaba abajo era el eco, pero el viejo aseguraba que no se había movido ni un solo momento de la entrada al sótano y que por allí no había entrado ni bajado nadie desde que ellos lo hicieran. Los vecinos estaban ya cansados y, pensando que ya no había nada más que ellos pudieran hacer, se despidieron con un simple "lo sentimos".
     El viejo avaro acabó sus días sentado delante de la desvencijada mesa pero ya no contaba sus monedas, únicamente escuchaba con angustia los gritos que noche tras noche su hija le lanzaba desde el sótano.


Imagen 4. Vista actual del Palacio de los Luna.



Rafael Expósito Ruiz.





DOCUMENTACIÓN
- El avaro judío. Cordobapedia.wikanda.es.
- Guía secreta de casas encantadas de Córdoba, 2013. José Manuel Morales Gajete.

IMÁGENES Y FOTOGRAFÍAS
- Imagen 1: Plaza de San Andrés. FO/A 0197-616/N906, Colección Luque Escribano. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Imagen 2: The Miser, 1901. Raja Ravi Varma. Wikimedia Commons.
- Imagen 3: Plaza de San Andrés. Casa de Fernán Pérez de Oliva. Fuente Central. FO/A 0148-037/F38. ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA.
- Imagen 4: Fotografía del autor.

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